sábado, 30 de mayo de 2020

49) Santa Juana de Arco

Santa Juana de Arco



Esta santa a los 19 años llegó a ser heroína nacional y mártir de la Iglesia. 

Esta Santa francesa, citada varias veces en el Catecismo de la Iglesia católica, es particularmente cercana a Santa Catalina de Siena, patrona de Italia y de Europa. En efecto, son dos mujeres jóvenes del pueblo, laicas y consagradas en la virginidad; dos místicas comprometidas, no en el claustro, sino en medio de las realidades más dramáticas de la Iglesia y del mundo de su tiempo. Quizás son las figuras más características de las «mujeres fuertes» que, a finales de la Edad Media, llevaron sin miedo la gran luz del Evangelio a las complejas vicisitudes de la historia. Podríamos compararlas con las Santas mujeres que permanecieron en el Calvario, cerca de Jesús crucificado y de su Madre María, mientras los Apóstoles habían huido y Pedro mismo había renegado de él tres veces. 

La Iglesia, en ese período, vivía la profunda crisis del gran cisma de Occidente, que duró casi 40 años. Cuando muere Catalina de Siena, en 1380, hay un Papa y un Antipapa; cuando nace Juana, en 1412, hay un Papa y dos Antipapas. Además de esta laceración en el seno de la Iglesia, había continuas guerras fratricidas entre los pueblos cristianos de Europa, la más dramática de las cuales fue la interminable «Guerra de los cien años» entre Francia e Inglaterra.

Juana de Arco nació en el año 1412 en Donremy, Francia. Su padre se llamaba Jaime de Arco, y era un campesino. Juana creció en el campo y nunca aprendió a leer ni a escribir. Pero su madre que era muy piadosa le infundió una gran confianza en el Padre Celestial y una tierna devoción hacia la Virgen María. Cada sábado la niña Juana recogía flores del campo para llevarlas al altar de Nuestra Señora. Cada mes se confesaba y comulgaba, y su gran deseo era llegar a la santidad y no cometer nunca ningún pecado. 

Era tan buena y bondadosa que todos en el pueblo la querían.
Su patria Francia estaba en muy grave situación porque la habían invadido los ingleses que se iban posesionando rápidamente de muchas ciudades y hacían grandes estragos.

A los catorce años la niña Juana empezó a sentir unas voces que la llamaban. Al principio no sabía de quién se trataba, pero después empezó a ver resplandores y que se le aparecían el Arcángel San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita y le decían: "Tú debes salvar a la nación y al rey".
Por temor no contó a nadie nada al principio, pero después las voces fueron insistiéndole fuertemente en que ella, pobre niña campesina e ignorante, estaba destinada para salvar la nación y al rey y entonces contó a sus familiares y vecinos.

Las primeras veces las personas no le creyeron, pero después ante la insistencia de las voces y los ruegos de la joven, un tío suyo se la llevó a donde el comandante del ejército de la ciudad vecina. Ella le dijo que Dios la enviaba para llevar un mensaje al rey. Pero el militar no le creyó y la despachó otra vez para su casa.

Sin embargo unos meses después Juana volvió a presentarse ante el comandante y este ante la noticia de una derrota que la niña le había profetizado la envió con una escolta a que fuera a ver al rey.

Llegada a la ciudad pidió poder hablarle al rey. Este para engañarla se disfrazó de simple aldeano y colocó en su sitio a otro. La joven llegó al gran salón y en vez de dirigirse hacia donde estaba el reemplazo del rey, guiada por las "voces" que la dirigían se fue directamente a donde estaba el rey disfrazado y le habló y le contó secretos que el rey no se imaginaba. Esto hizo que el rey cambiara totalmente de opinión acerca de la joven campesina.

Ya no faltaba sino una ciudad importante por caer en manos de los ingleses. Era Orleans. Y estaba sitiada por un fuerte ejército inglés. El rey Carlos y sus militares ya creían perdida la guerra. Pero Juana le pide al monarca que le conceda a ella el mando sobre las tropas. Y el rey la nombra capitana. Juana manda hacer una bandera blanca con los nombres de Jesús y de María y al frente de diez mil hombres se dirige hacia Orleans.

Animados por la joven capitana, los soldados franceses lucharon como héroes y expulsaron a los asaltantes y liberaron Orleans. Luego se dirigieron a varias otras ciudades y las liberaron también.
Juana no luchaba ni hería a nadie, pero al frente del ejército iba de grupo en grupo animando a los combatientes e infundiéndoles entusiasmo y varias veces fue herida en las batallas.

Después de sus resonantes victorias, obtuvo Santa Juana que el temeroso rey Carlos VII aceptara ser coronado como jefe de toda la nación. Y así se hizo con impresionante solemnidad en la ciudad de Reims.
Pero vinieron luego las envidias y entonces empezó para nuestra santa una época de sufrimiento y de traiciones contra ella. Hasta ahora había sido una heroína nacional. 

Ahora iba a llegar a ser una mártir. Muchos empleados de la corte del rey tenían celos de que ella llegara a ser demasiado importante y empezaron a hacerle la guerra.
Faltaba algo muy importante en aquella guerra nacional: conquistar a París, la capital, que estaba en poder del enemigo. Y hacia allá se dirigió Juana con sus valientes. Pero el rey Carlos VII, por envidias y por componendas con los enemigos, le retiró sus tropas y Juana fue herida en la batalla y hecha prisionera por los Borgoñones.

Los franceses la habían abandonado, pero los ingleses estaban supremamente interesados en tenerla en la cárcel, y así pagaron más de mil monedas de oro a los de Borgoña para que se la entregaran y la sentenciaron a cadena perpetua.







Los ingleses la hicieron sufrir muchísimo en la cárcel. Las humillaciones y los insultos eran todos los días y a todas horas, hasta el punto que Juana llegó a exclamar: "Esta cárcel ha sido para mí un martirio tan cruel, como nunca me había imaginado que pudiera serlo". Pero seguía rezando con fe y proclamando que sí había oído las voces del cielo y que la campaña que había hecho por salvar a su patria, había sido por voluntad de Dios.

En ese tiempo estaba muy de moda acusar de brujería a toda mujer que uno quisiera hacer desaparecer. Y así fue que los enemigos acusaron a Juana de brujería, diciendo que las victorias que había obtenido era porque les había hecho brujerías a los ingleses para poderlos derrotar. Ella apeló al Sumo Pontífice, pidiéndole que fuera el Papa de Roma el que la juzgara, pero nadie quiso llevarle al Santo Padre esta noticia, y el tribunal estuvo compuesto exclusivamente por enemigos de la santa. 

Y aunque Juana declaró muchas veces que nunca había empleado brujerías y que era totalmente creyente y buena católica, sin embargo la sentenciaron a la más terrible de las muertes de ese entonces: ser quemada viva.
Encendieron una gran hoguera y la amarraron a un poste y la quemaron lentamente. Murió rezando y su mayor consuelo era mirar el crucifijo que un religioso le presentaba y encomendarse a Nuestro Señor. Invocaba al Arcángel Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción y pronunciando por tres veces el nombre de Jesús, entregó su espíritu. 

Era el 30 de mayo del año 1431. Tenía apenas 19 años. Varios volvieron a sus casas diciendo: "Hoy hemos quemado a una santa". 23 años después su madre y sus hermanos pidieron que se reabriera otra vez aquel juicio que se había hecho contra ella. Y el Papa Calixto III nombró una comisión de juristas, los cuales declararon que la sentencia de Juana fue una injusticia. El rey de Francia la declaró inocente y el Papa Benedicto XV la proclamó santa.
Prefiero morir que hacer algo que sé que es pecado, o estar en contra de la voluntad de Dios.


Queridos jóvenes, el Nombre de Jesús, invocado por nuestra santa hasta los últimos instantes de su vida terrena, era como el continuo respiro de su alma, como el latido de su corazón, el centro de toda su vida. El «Misterio de la caridad de Juana de Arco», es este amor total a Jesús, y al prójimo en Jesús y por Jesús. Esta santa había comprendido que el amor abraza toda la realidad de Dios y del hombre, del cielo y de la tierra, de la Iglesia y del mundo. Jesús siempre ocupa el primer lugar en su vida, según su hermosa expresión: «Nuestro Señor debe ser el primer servido» (PCon, I, p. 288; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 223). Amarlo significa obedecer siempre a su voluntad. Ella afirma con total confianza y abandono: «Me encomiendo a Dios mi Creador, lo amo con todo mi corazón». Con el voto de virginidad, Juana consagra de modo exclusivo toda su persona al único Amor de Jesús: es «su promesa hecha a nuestro Señor de custodiar bien su virginidad de cuerpo y de alma» (ib., pp. 149-150). La virginidad del alma es el estado de gracia, valor supremo, para ella más precioso que la vida: es un don de Dios que se ha de recibir y custodiar con humildad y confianza. Uno de los textos más conocidos del primer Proceso se refiere precisamente a esto: «Interrogada si sabía que estaba en gracia de Dios, responde: si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si lo estoy, que Dios me quiera conservar en ella» (ib., p. 62; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2005).

Nuestra santa vive la oración en la forma de un diálogo continuo con el Señor, que ilumina también su diálogo con los jueces y le da paz y seguridad. Ella pide con confianza: «Dulcísimo Dios, en honor de vuestra santa Pasión, os pido, si me amáis, que me reveléis cómo debo responder a estos hombres de Iglesia» (ib., p. 252). Juana contempla a Jesús como el «rey del cielo y de la tierra». Así, en su estandarte, Juana hizo pintar la imagen de «Nuestro Señor que sostiene el mundo» (ib., p. 172): icono de su misión política. La liberación de su pueblo es una obra de justicia humana, que Juana lleva a cabo en la caridad, por amor a Jesús. El suyo es un hermoso ejemplo de santidad para los laicos comprometidos en la vida política, sobre todo en las situaciones más difíciles. La fe es la luz que guía toda elección, como testimoniará, un siglo más tarde, otro gran santo, el inglés Tomás Moro. En Jesús Juana contempla también toda la realidad de la Iglesia, tanto la «Iglesia triunfante» del cielo, como la «Iglesia militante» de la tierra. Según sus palabras: «De Nuestro Señor y de la Iglesia, me parece que es todo uno» (ib., p. 166). Esta afirmación, citada en el Catecismo de la Iglesia católica (n. 795), tiene un carácter realmente heroico en el contexto del Proceso de condena, frente a sus jueces, hombres de Iglesia, que la persiguieron y la condenaron. En el amor a Jesús Juana encuentra la fuerza para amar a la Iglesia hasta el final, incluso en el momento de la condena.

 Santa Juana de Arco tuvo una profunda influencia sobre una joven Santa de la época moderna: Teresa del Niño Jesús. En una vida completamente distinta, transcurrida en clausura, la carmelita de Lisieux se sentía muy cercana a Juana, viviendo en el corazón de la Iglesia y participando en los sufrimientos de Cristo por la salvación del mundo. La Iglesia las ha reunido como patronas de Francia, después de la Virgen María. Santa Teresa había expresado su deseo de morir como Juana, pronunciando el Nombre de Jesús (Manuscrito B, 3r), y la animaba el mismo gran amor a Jesús y al prójimo, vivido en la virginidad consagrada.

Con su luminoso testimonio, Santa Juana de Arco nos invita a una medida alta de la vida cristiana: hacer de la oración el hilo conductor de nuestras jornadas; tener plena confianza al cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que sea; vivir la caridad sin favoritismos, sin límites y sacando, como ella, del amor a Jesús un profundo amor a la Iglesia. Gracias
.



Oración a Santa Juana de Arco

Ante tus enemigos, ante el hostigamiento,
el ridículo y la duda, te mantuviste firme en la fe.
Incluso abandonada, sola y sin amigos,
te mantuviste firme en la fe.
Incluso cuando encaraste la muerte,
te mantuviste firme en la fe.
Te ruego que yo sea tan inconmovible
en la fe como tú, Santa Juana.
Te ruego que me acompañes en mis propias batallas.
Ayúdame a perseverar y a mantenerme firme en la fe.

Amén.


Autor: José María Brítez - Representante Pastoral Juvenil San Ramón Nonato - Dk9

viernes, 29 de mayo de 2020

48) San Agustin


San Agustín


El Padre más grande de la Iglesia latina, San Agustín: hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia y de incansable solicitud pastoral. Este gran santo y doctor de la Iglesia a menudo es conocido, al menos de fama, incluso por quienes ignoran el cristianismo o no tienen familiaridad con él, porque dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo.

Por su singular relevancia, San Agustín ejerció una influencia enorme y podría afirmarse, por una parte, que todos los caminos de la literatura latina cristiana llevan a Hipona (Argelia), lugar donde era obispo; y, por otra, que de esta ciudad del África romana, de la que San Agustín fue obispo desde el año 395 hasta su muerte, en el año 430, parten muchas otras sendas del cristianismo sucesivo y de la misma cultura occidental.

Pocas veces una civilización ha encontrado un espíritu tan grande, capaz de acoger sus valores y de exaltar su riqueza intrínseca, inventando ideas y formas de las que se alimentarían las generaciones posteriores, como subrayó también el papa San Pablo VI: "Se puede afirmar que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y que de ella derivan corrientes de pensamiento que empapan toda la tradición doctrinal de los siglos posteriores".

Las Confesiones, precisamente por su atención a la interioridad y a la psicología, constituyen un modelo único en la literatura occidental, y no sólo occidental, incluida la no religiosa, hasta la modernidad. Esta atención a la vida espiritual, al misterio del yo, al misterio de Dios que se esconde en el yo, es algo extraordinario, sin precedentes, y permanece para siempre, por decirlo así, como una "cumbre" espiritual.

Inicio y desviación del joven Agustín. 

San Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, el 13 de noviembre del año 354. Era hijo de Patricio, un pagano  y de Mónica, cristiana fervorosa. Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su hijo una enorme influencia y lo educó en la fe cristiana. San Agustín había recibido también la sal, como signo de la acogida en el catecumenado. Y siempre quedó fascinado por la figura de Jesucristo; más aún, dice que siempre amó a Jesús, pero que se alejó cada vez más de la fe eclesial, de la práctica eclesial, como sucede también hoy a muchos jóvenes.

El muchacho, de agudísima inteligencia, recibió una buena educación, aunque no siempre fue un estudiante ejemplar. En cualquier caso, estudió bien la gramática, primero en su ciudad natal y después en Madaura y, a partir del año 370, retórica en Cartago, capital del África romana: llegó a dominar perfectamente el latín. 

Precisamente en Cartago San Agustín leyó por primera vez el Hortensius, obra de Cicerón que después se perdió y que se sitúa en el inicio de su camino hacia la conversión. Ese texto ciceroniano despertó en él el amor por la sabiduría, como escribirá, siendo ya obispo, en las Confesiones: «Aquel libro cambió mis aficiones» hasta el punto de que «de repente me pareció vil toda vana esperanza, y con increíble ardor de corazón deseaba la inmortalidad de la sabiduría» (III, 4, 7).

Pero, dado que estaba convencido de que sin Jesús no puede decirse que se ha encontrado efectivamente la verdad, y dado que en ese libro apasionante faltaba ese nombre, al acabar de leerlo comenzó a leer la Escritura, la Biblia. Pero quedó decepcionado, no sólo porque el estilo latino de la traducción de la Sagrada Escritura era deficiente, sino también porque el mismo contenido no le pareció satisfactorio. En las narraciones de la Escritura sobre guerras y otras vicisitudes humanas no encontraba la altura de la filosofía, el esplendor de la búsqueda de la verdad, propio de la filosofía. Sin embargo, no quería vivir sin Dios; buscaba una religión que respondiera a su deseo de verdad y también a su deseo de acercarse a Jesús.

De esta manera, cayó en la red de los maniqueos, que se presentaban como cristianos y prometían una religión totalmente racional. Afirmaban que el mundo se divide en dos principios: el bien y el mal. Así se explicaría toda la complejidad de la historia humana. También la moral dualista atraía a San Agustín, pues implicaba una moral muy elevada para los elegidos; quienes, como él, se adherían a esa moral podían llevar una vida mucho más adecuada a la situación de la época, especialmente los jóvenes.

Por tanto, se hizo maniqueo, convencido en ese momento de que había encontrado la síntesis entre racionalidad, búsqueda de la verdad y amor a Jesucristo. Y sacó también una ventaja concreta para su vida: la adhesión a los maniqueos abría fáciles perspectivas de carrera. Adherirse a esa religión, que contaba con muchas personalidades influyentes, le permitía seguir su relación con una mujer y progresar en su carrera. De esa mujer tuvo un hijo, Adeodato, al que quería mucho.. Por desgracia, el muchacho falleció prematuramente. 

San Ambrosio y San Agustín

Cuando tenía alrededor de veinte años, fue profesor de gramática en su ciudad natal, pero pronto regresó a Cartago, donde se convirtió en un brillante y famoso maestro de retórica. Con el paso del tiempo, sin embargo, comenzó a alejarse de la fe de los maniqueos, que le decepcionaron precisamente desde el punto de vista intelectual, pues eran incapaces de resolver sus dudas; se trasladó a Roma y después a Milán, donde residía entonces la corte imperial y donde había obtenido un puesto de prestigio, por recomendación del prefecto de Roma, el pagano Simaco, que era hostil al obispo de Milán San Ambrosio.

En Milán, San Agustín adquirió la costumbre de escuchar, al inicio con el fin de enriquecer su bagaje retórico, las bellísimas predicaciones del obispo San Ambrosio, que había sido representante del emperador para el norte de Italia. El retórico africano quedó fascinado por la palabra del gran prelado milanés; y no sólo por su retórica. Sobre todo el contenido fue tocando cada vez más su corazón.

El gran problema del Antiguo Testamento, de la falta de belleza retórica y de altura filosófica, se resolvió con las predicaciones de San Ambrosio, gracias a la interpretación tipológica del Antiguo Testamento: San Agustín comprendió que todo el Antiguo Testamento es un camino hacia Jesucristo. De este modo, encontró la clave para comprender la belleza, la profundidad, incluso filosófica, del Antiguo Testamento; y comprendió toda la unidad del misterio de Cristo en la historia, así como la síntesis entre filosofía, racionalidad y fe en el Logos, en Cristo, Verbo eterno, que se hizo carne.

Pronto San Agustín se dio cuenta de que la interpretación alegórica de la Escritura y la filosofía neoplatónica del obispo de Milán le permitían resolver las dificultades intelectuales que, cuando era más joven, en su primer contacto con los textos bíblicos, le habían parecido insuperables.

Así, tras la lectura de los escritos de los filósofos, San Agustín se dedicó a hacer una nueva lectura de la Escritura y sobre todo de las cartas de San Pablo. Por tanto, la conversión al cristianismo, el 15 de agosto del año 386, llegó al final de un largo y agitado camino interior



Conversión

Se trasladó al campo, al norte de Milán, junto al lago de Como, con su madre Mónica, su hijo Adeodato y un pequeño grupo de amigos, para prepararse al bautismo. Así, a los 32 años, San Agustín fue bautizado por San Ambrosio el 24 de abril del año 387, durante la Vigilia pascual, en la catedral de Milán.

San Juan Pablo II le dedicó, en 1986, es decir, en el decimosexto centenario de su conversión, un largo y denso documento, la carta apostólica Augustinum Hipponensem. El mismo Papa definió ese texto como «una acción de gracias a Dios por el don que hizo a la Iglesia, y mediante ella a la humanidad entera, gracias a aquella admirable conversión» 

San Agustín, convertido a Cristo, que es verdad y amor, lo siguió durante toda la vida y se transformó en un modelo para todo ser humano, para todos nosotros, en la búsqueda de Dios. 

También hoy, como en su época, la humanidad necesita conocer y sobre todo vivir esta realidad fundamental: Dios es amor y el encuentro con él es la única respuesta a las inquietudes del corazón humano, un corazón en el que vive la esperanza —quizá todavía oscura e inconsciente en muchos de nuestros contemporáneos—, pero que para nosotros los cristianos abre ya hoy al futuro, hasta el punto de que san Pablo escribió que «en esperanza fuimos salvados» (Rm 8, 24).

"Mi primera encíclica, Deus caritas est, la cual, en efecto, debe mucho, sobre todo en su primera parte, al pensamiento de san Agustín. y he dedicado mi segunda encíclica a la esperanza  , Spe salvi, la cual también debe mucho a san Agustín y a su encuentro con Dios". Benedicto XVI

San Agustín define la oración como expresión del deseo y afirma que Dios responde ensanchando hacia él nuestro corazón. Por nuestra parte, debemos purificar nuestros deseos y nuestras esperanzas para acoger la dulzura de Dios. Sólo ella nos salva, abriéndonos también a los demás. Pidamos, por tanto, para que en nuestra vida se nos conceda cada día seguir el ejemplo de este gran convertido, encontrando como él en cada momento de nuestra vida al Señor Jesús, el único que nos salva, nos purifica y nos da la verdadera alegría, la verdadera vida.

Regreso a su ciudad.

Tras regresar finalmente a su patria, el convertido se estableció en Hipona para fundar allí un monasterio. En esa ciudad de la costa africana, a pesar de resistirse, fue ordenado presbítero en el año 391 y comenzó con algunos compañeros la vida monástica en la que pensaba desde hacía bastante tiempo, repartiendo su tiempo entre la oración, el estudio y la predicación. Quería dedicarse sólo al servicio de la verdad; no se sentía llamado a la vida pastoral, pero después comprendió que la llamada de Dios significaba ser pastor entre los demás y así ofrecerles el don de la verdad. En Hipona, cuatro años después, en el año 395, fue consagrado obispo.

Al seguir profundizando en el estudio de las Escrituras y de los textos de la tradición cristiana, San Agustín se convirtió en un obispo ejemplar por su incansable compromiso pastoral: predicaba varias veces a la semana a sus fieles, ayudaba a los pobres y a los huérfanos, cuidaba la formación del clero y la organización de monasterios femeninos y masculinos.

En poco tiempo, el antiguo retórico se convirtió en uno de los exponentes más importantes del cristianismo de esa época:  muy activo en el gobierno de su diócesis, también con notables implicaciones civiles, en sus más de 35 años de episcopado, el obispo de Hipona influyó notablemente en la dirección de la Iglesia católica del África romana y, más en general, en el cristianismo de su tiempo, afrontando tendencias religiosas y herejías tenaces y disgregadoras, como el maniqueísmo, el donatismo y el pelagianismo, que ponían en peligro la fe cristiana en el Dios único y rico en misericordia. 

Fe y Razón.

Estas dos dimensiones, fe y razón, no deben separarse ni contraponerse, sino que deben estar siempre unidas. Como escribió San Agustín tras su conversión, fe y razón son "las dos fuerzas que nos llevan a conocer" (Contra academicos, III, 20, 43). A este respecto, son justamente célebres sus dos fórmulas (cf. Sermones, 43, 9) con las que expresa esta síntesis coherente entre fe y razón:  crede ut intelligas ("cree para comprender") —creer abre el camino para cruzar la puerta de la verdad—, pero también y de manera inseparable, intellige ut credas ("comprende para creer"), escruta la verdad para poder encontrar a Dios y creer.

Las dos afirmaciones de San Agustín expresan con gran eficacia y profundidad la síntesis de este problema, en la que la Iglesia católica ve manifestado su camino. Históricamente esta síntesis se fue formando, ya antes de la venida de Cristo, en el encuentro entre la fe judía y el pensamiento griego en el judaísmo helenístico. Sucesivamente, en la historia, esta síntesis fue retomada y desarrollada por muchos pensadores cristianos. La armonía entre fe y razón significa sobre todo que Dios no está lejos:  no está lejos de nuestra razón y de nuestra vida; está cerca de todo ser humano, cerca de nuestro corazón y de nuestra razón, si realmente nos ponemos en camino.

San Agustín experimentó con extraordinaria intensidad esta cercanía de Dios al hombre. La presencia de Dios en el hombre es profunda y al mismo tiempo misteriosa, pero puede reconocerse y descubrirse en la propia intimidad:  no hay que salir fuera —afirma el convertido—; "vuelve a ti mismo. La verdad habita en lo más íntimo del hombre. Y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo. Pero, al hacerlo, recuerda que trasciendes un alma que razona. Así pues, dirígete adonde se enciende la luz misma de la razón" (De vera religione, 39, 72). Con una afirmación famosísima del inicio de las Confesiones, autobiografía espiritual escrita en alabanza de Dios, él mismo subraya:  "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti" (I, 1, 1).

La lejanía de Dios equivale, por tanto, a la lejanía de sí mismos. "Porque tú —reconoce San Agustín (Confesiones, III, 6, 11)— estabas más dentro de mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo supremo de mi ser" , hasta el punto de que, como añade en otro pasaje recordando el tiempo precedente a su conversión, "tú estabas, ciertamente, delante de mí, mas yo me había alejado también de mí, y no acertaba a hallarme, ¡Cuánto menos a ti!" (Confesiones, V, 2, 2).

Precisamente porque San Agustín vivió a fondo este itinerario intelectual y espiritual, supo presentarlo en sus obras con tanta claridad, profundidad y sabiduría, reconociendo en otros dos famosos pasajes de las Confesiones (IV, 4, 9 y 14, 22) que el hombre es "un gran enigma" (magna quaestio) y "un gran abismo" (grande profundum), enigma y abismo que sólo Cristo ilumina y colma. Esto es importante:  "Quien está lejos de Dios también está lejos de sí mismo, alienado de sí mismo, y sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios. De este modo logra llegar a sí mismo, a su verdadero yo, a su verdadera identidad".

El ser humano —subraya después San Agustín en el De civitate Dei (XII, 27)— es sociable por naturaleza pero antisocial por vicio, y quien lo salva es Cristo, único mediador entre Dios y la humanidad, y "camino universal de la libertad y de la salvación".

San Juan Pablo II dice (Augustinum Hipponensem, 21). Fuera de este camino, que nunca le ha faltado al género humano —afirma también San Agustín en esa misma obra— "nadie ha sido liberado nunca, nadie es liberado y nadie será liberado" (De civitate Dei X, 32, 2). Como único mediador de la salvación, Cristo es cabeza de la Iglesia y está unido místicamente a ella, hasta el punto de que San Agustín puede afirmar:  "Nos hemos convertido en Cristo. En efecto, si él es la cabeza, nosotros somos sus miembros; el hombre total es él y nosotros".

Según la concepción de San Agustín, la Iglesia, pueblo de Dios y casa de Dios, está por tanto íntimamente vinculada al concepto de Cuerpo de Cristo, fundamentada en la relectura cristológica del Antiguo Testamento y en la vida sacramental centrada en la Eucaristía, en la que el Señor nos da su Cuerpo y nos transforma en su Cuerpo. Por tanto, es fundamental que la Iglesia, pueblo de Dios, en sentido cristológico y no en sentido sociológico, esté verdaderamente insertada en Cristo, el cual, como afirma San Agustín en una página hermosísima, "ora por nosotros, ora en nosotros; nosotros oramos a él; él ora por nosotros como sacerdote; ora en nosotros como nuestra cabeza; y nosotros oramos a él como a nuestro Dios; por tanto, reconocemos en él nuestra voz y la suya en nosotros".

En la conclusión de la carta apostólica Augustinum Hipponensem, Juan Pablo II pregunta al mismo santo qué quería decir a los hombres de hoy y responde, ante todo, con las palabras que San Agustín escribió en una carta dictada poco después de su conversión:  "A mí me parece que hay que conducir de nuevo a los hombres... a la esperanza de encontrar la verdad" (Ep., 1, 1), la verdad que es Cristo mismo, Dios verdadero, a quien se dirige una de las oraciones más hermosas y famosas de las Confesiones (X, 27, 38): 

 "Tarde te amé, hermosura tan antigua, y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y fuera te buscaba yo, y me arrojaba sobre esas hermosuras que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me mantenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Llamaste y gritaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia, la respiré y suspiro por ti; te gusté y tengo hambre y sed de ti; me tocaste y me abrasé en tu paz".

San Agustín encontró a Dios y durante toda su vida lo experimentó hasta el punto de que esta realidad —que es ante todo el encuentro con una Persona, Jesús— cambió su vida, como cambia la de cuantos, hombres y mujeres, en cualquier tiempo, tienen la gracia de encontrarse con él. Pidamos al Señor que nos dé esta gracia y nos haga encontrar así su paz. 


Ultimos días.

Aunque era anciano y estaba cansado, San Agustín permaneció en la brecha, confortándose a sí mismo y a los demás con la oración y con la meditación de los misteriosos designios de la Providencia. Al respecto, hablaba de la "vejez del mundo" —y en realidad ese mundo romano era viejo.

En la vejez —decía— abundan los achaques: tos, catarro, legañas, ansiedad, agotamiento. Pero si el mundo envejece, Cristo es siempre joven. Por eso, hacía la invitación: «No rechaces rejuvenecer con Cristo, incluso en un mundo envejecido. Él te dice:  "No temas, tu juventud se renovará como la del águila"» .Por eso el cristiano no debe abatirse, incluso en situaciones difíciles, sino que ha de esforzarse por ayudar a los necesitados.

Es lo que el gran doctor sugiere respondiendo al obispo de Tiabe, Honorato, el cual le había preguntado si, ante la amenaza de las invasiones bárbaras, un obispo o un sacerdote o cualquier hombre de Iglesia podía huir para salvar la vida:  «Cuando el peligro es común a todos, es decir, para obispos, clérigos y laicos, quienes tienen necesidad de los demás no deben ser abandonados por aquellos de quienes tienen necesidad. En este caso, todos deben refugiarse en lugares seguros; pero si algunos necesitan quedarse, no los han de abandonar quienes tienen el deber de asistirles con el ministerio sagrado, de manera que o se salven juntos o juntos soporten las calamidades que el Padre de familia quiera que sufran» . Y concluía:  «Esta es la prueba suprema de la caridad» .

¿Cómo no reconocer en estas palabras el heroico mensaje que tantos sacerdotes, a lo largo de los siglos, han acogido y hecho propio?

Mientras tanto la ciudad de Hipona resistía. La casa-monasterio de San Agustín había abierto sus puertas para acoger a sus hermanos en el episcopado que pedían hospitalidad. Entre estos se encontraba también Posidio, que había sido su discípulo, el cual de este modo pudo dejarnos el testimonio directo de aquellos últimos y dramáticos días.

«En el tercer mes de aquel asedio —narra— se acostó con fiebre:  era su última enfermedad» (Vida, 29, 3). El santo anciano aprovechó aquel momento, finalmente libre, para dedicarse con más intensidad a la oración. Solía decir que nadie, obispo, religioso o laico, por más irreprensible que pudiera parecer su conducta, puede afrontar la muerte sin una adecuada penitencia. Por este motivo, repetía continuamente entre lágrimas los salmos penitenciales, que tantas veces había recitado con el pueblo.

Cuanto más se agravaba su enfermedad, más necesidad sentía el obispo moribundo de soledad y de oración: «Para que nadie le molestara en su recogimiento, unos diez días antes de abandonar el cuerpo nos pidió a los presentes que no dejáramos entrar a nadie en su habitación, a excepción de los momentos en los que los médicos iban a visitarlo o cuando le llevaban la comida. Su voluntad se cumplió escrupulosamente y durante todo ese tiempo él se dedicaba a la oración» .

Murió el 28 de agosto del año 430: su gran corazón finalmente pudo descansar en Dios.

Su primer biógrafo da de él este juicio conclusivo: «Dejó a la Iglesia un clero muy numeroso, así como monasterios de hombres y de mujeres llenos de personas con voto de continencia bajo la obediencia de sus superiores, además de bibliotecas que contenían los libros y discursos suyos y de otros santos, gracias a los cuales se conoce cuál ha sido por gracia de Dios su mérito y su grandeza en la Iglesia, y en los cuales los fieles siempre lo encuentran vivo» (Posidio, Vida, 31, 8). 

En San Agustín, que nos habla, que me habla a mí, que te habla a vos joven, en sus escritos, vemos la actualidad permanente de su fe, de la fe que viene de Cristo, Verbo eterno encarnado, Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y podemos ver que esta fe no es de ayer, aunque haya sido predicada ayer; es siempre actual, porque Cristo es realmente ayer, hoy y para siempre. Él es el camino, la verdad y la vida. De este modo San Agustín nos impulsa a confiar en este Cristo siempre vivo y a encontrar así el camino de la vida.

Obras 

San Agustín es, además, el Padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras. Su biógrafo, Posidio, dice: "parecía imposible que un hombre pudiera escribir tanto durante su vida".

Algunos de los escritos de San Agustín son de fundamental importancia, no sólo para la historia del cristianismo, sino también para la formación de toda la cultura occidental:  el ejemplo más claro son las Confesiones, sin duda uno de los libros de la antigüedad cristiana más leídos todavía hoy.

Él mismo las revisó algunos años antes de morir en las Retractationes y poco después de su muerte fueron cuidadosamente registradas en el Indiculus ("índice") añadido por su fiel amigo Posidio a la biografía de San Agustín, Vita Augustini. La lista de las obras de San Agustín fue realizada con el objetivo explícito de salvaguardar su memoria mientras la invasión de los vándalos se extendía por toda el África romana y contabiliza mil treinta escritos numerados por su autor, junto con otros "que no pueden numerarse porque no les puso ningún número".

Posidio, obispo de una ciudad cercana, dictaba estas palabras precisamente en Hipona, donde se había refugiado y donde había asistido a la muerte de su amigo, y casi seguramente se basaba en el catálogo de la biblioteca personal de San Agustín. Hoy han sobrevivido más de trescientas cartas del obispo de Hipona, y casi seiscientas homilías, pero estas originalmente eran muchas más, quizá entre tres mil y cuatro mil, fruto de cuatro décadas de predicación del antiguo retórico, que había decidido seguir a Jesús, dejando de hablar a los grandes de la corte imperial para dirigirse a la población sencilla de Hipona.

En años recientes, el descubrimiento de un grupo de cartas y de algunas homilías ha enriquecido nuestro conocimiento de este gran Padre de la Iglesia. "Muchos libros —escribe Posidio— fueron redactados y publicados por él, muchas predicaciones fueron pronunciadas en la iglesia, transcritas y corregidas, ya sea para confutar a herejes ya sea para interpretar las Sagradas Escrituras para edificación de los santos hijos de la Iglesia. Estas obras —subraya el obispo amigo— son tan numerosas que a duras penas un estudioso tiene la posibilidad de leerlas y aprender a conocerlas" (Vita Augustini, 18, 9).

Entre la producción literaria de San Agustín —por tanto, más de mil publicaciones subdivididas en escritos filosóficos, apologéticos, doctrinales, morales, monásticos, exegéticos y contra los herejes, además de las cartas y homilías— destacan algunas obras excepcionales de gran importancia teológica y filosófica. Ante todo, hay que recordar las Confesiones, antes mencionadas, escritas en trece libros entre los años 397 y 400 para alabanza de Dios. Son una especie de autobiografía en forma de diálogo con Dios. Este género literario refleja precisamente la vida de San Agustín, que no estaba cerrada en sí misma, dispersa en muchas cosas, sino vivida esencialmente como un diálogo con Dios y, de este modo, una vida con los demás.

En el latín cristiano desarrollado por la tradición de los Salmos, la palabra confessiones tiene dos significados, que se entrecruzan. Confessiones indica, en primer lugar, la confesión de las propias debilidades, de la miseria de los pecados; pero al mismo tiempo, confessiones significa alabanza a Dios, reconocimiento de Dios. Ver la propia miseria a la luz de Dios se convierte en alabanza a Dios y en acción de gracias porque Dios nos ama y nos acepta, nos transforma y nos eleva hacia sí mismo.

Sobre estas Confesiones, que tuvieron gran éxito ya en vida de San Agustín, escribió él mismo:  "Han ejercido sobre mí un gran influjo mientras las escribía y lo siguen ejerciendo todavía cuando las vuelvo a leer. Hay muchos hermanos a quienes gustan estas obras"  Gracias a las Confesiones podemos seguir, paso a paso, el camino interior de este hombre extraordinario y apasionado por Dios.

Menos difundidas, aunque igualmente originales y muy importantes son, también, las Retractationes, redactadas en dos libros en torno al año 427, en las que San Agustín, ya anciano, realiza una labor de "revisión" (retractatio) de toda su obra escrita, dejando así un documento literario singular y sumamente precioso, pero también una enseñanza de sinceridad y de humildad intelectual.

De civitate Dei, obra imponente y decisiva para el desarrollo del pensamiento político occidental y para la teología cristiana de la historia, fue escrita entre los años 413 y 426 en veintidós libros. La ocasión fue el saqueo de Roma por parte de los godos en el año 410. Muchos paganos de entonces, y también muchos cristianos, habían dicho:  Roma ha caído, ahora el Dios cristiano y los apóstoles ya no pueden proteger la ciudad. Durante la presencia de las divinidades paganas, Roma era caput mundi, la gran capital, y nadie podía imaginar que caería en manos de los enemigos. Ahora, con el Dios cristiano, esta gran ciudad ya no parecía segura. Por tanto, el Dios de los cristianos no protegía, no podía ser el Dios a quien convenía encomendarse. A esta objeción, que también tocaba profundamente el corazón de los cristianos, responde San Agustín con esta grandiosa obra, De civitate Dei, aclarando qué es lo que debían esperarse de Dios y qué es lo que no podían esperar de él, cuál es la relación entre la esfera política y la esfera de la fe, de la Iglesia. Este libro sigue siendo una fuente para definir bien la auténtica laicidad y la competencia de la Iglesia, la grande y verdadera esperanza que nos da la fe.

Este gran libro es una presentación de la historia de la humanidad gobernada por la divina Providencia, pero actualmente dividida en dos amores. Y este es el designio fundamental, su interpretación de la historia, la lucha entre dos amores:  el amor a sí mismo "hasta el desprecio de Dios" y el amor a Dios "hasta el desprecio de sí mismo", (De civitate Dei, XIV, 28), hasta la plena libertad de sí mismo para los demás a la luz de Dios. Este es, tal vez, el mayor libro de san Agustín, de una importancia permanente.

Igualmente importante es el De Trinitate, obra en quince libros sobre el núcleo principal de la fe cristiana, la fe en el Dios trino, escrita en dos tiempos:  entre los años 399 y 412 los primeros doce libros, publicados sin saberlo san Agustín, el cual hacia el año 420 los completó y revisó toda la obra. En ella reflexiona sobre el rostro de Dios y trata de comprender este misterio de Dios, que es único, el único creador del mundo, de todos nosotros:  precisamente este Dios único es trinitario, un círculo de amor. Trata de comprender el misterio insondable:  precisamente su ser trinitario, en tres Personas, es la unidad más real y profunda del único Dios.

El libro De doctrina christiana es, en cambio, una auténtica introducción cultural a la interpretación de la Biblia y, en definitiva, al cristianismo mismo, y tuvo una importancia decisiva en la formación de la cultura occidental.

Con gran humildad, San Agustín fue ciertamente consciente de su propia talla intelectual. Pero para él era más importante llevar el mensaje cristiano a los sencillos que redactar grandes obras de elevado nivel teológico. Esta intención profunda, que le guió durante toda su vida, se manifiesta en una carta escrita a su colega Evodio, en la que le comunica la decisión de dejar de dictar por el momento los libros del De Trinitate, "pues son demasiado densos y creo que son pocos los que los pueden entender; urgen más textos que esperamos sean útiles a muchos" (Epistulae, 169, 1, 1). Por tanto, para él era más útil comunicar la fe de manera comprensible para todos, que escribir grandes obras teológicas.

Sí, también a nosotros nos hubiera gustado poderlo escuchar vivo. Pero sigue realmente vivo en sus escritos, está presente en nosotros y de este modo vemos también la permanente vitalidad de la fe por la que dio toda su vida.


Oh gran Agustín,
nuestro padre y maestro!,
conocedor de los luminosos caminos de Dios,
y también de las tortuosas sendas de los hombres,
admiramos las maravillas que la gracia divina
obró en ti, convirtiéndote en testigo apasionado
de la verdad y del bien,
al servicio de los hermanos.
Al inicio de un nuevo milenio,
marcado por la cruz de Cristo,
enséñanos a leer la historia
a la luz de la Providencia divina,
que guía los acontecimientos
hacia el encuentro definitivo con el Padre.
Oriéntanos hacia metas de paz,
alimentando en nuestro corazón
tu mismo anhelo por aquellos valores
sobre los que es posible construir,
con la fuerza que viene de Dios,
la "ciudad" a medida del hombre.
La profunda doctrina
que con estudio amoroso y paciente
sacaste de los manantiales
siempre vivos de la Escritura
ilumine a los que hoy sufren la tentación
de espejismos alienantes.
Obtén para ellos la valentía
de emprender el camino
hacia el "hombre interior",
en el que los espera
el único que puede dar paz
a nuestro corazón inquieto.
Muchos de nuestros contemporáneos
parecen haber perdido
la esperanza de poder encontrar,
entre las numerosas ideologías opuestas,
la verdad, de la que, a pesar de todo,
sienten una profunda nostalgia
en lo más íntimo de su ser.
Enséñales a no dejar nunca de buscarla
con la certeza de que, al final,
su esfuerzo obtendrá como premio
el encuentro, que los saciará,
con la Verdad suprema,
fuente de toda verdad creada.
Por último, ¡oh san Agustín!,
transmítenos también a nosotros una chispa
de aquel ardiente amor a la Iglesia,
la Catholica madre de los santos,
que sostuvo y animó
los trabajos de tu largo ministerio.
Haz que, caminando juntos
bajo la guía de los pastores legítimos,
lleguemos a la gloria de la patria celestial
donde, con todos los bienaventurados,
podremos unirnos al cántico nuevo
del aleluya sin fin.

Amén.



Autor: Iván Benítez - Coordinador Dk4


jueves, 28 de mayo de 2020

47) Santo Tomás de Aquino



Santo Tomás de Aquino-Doctor Angelico 




Tomás de Aquino, nacido en Roccasecca, Italia, en el año 1224  fue un fraile, teólogo y filósofo católico perteneciente a la Orden de Predicadores, considerado el principal representante de la enseñanza escolástica​, siendo la figura más destacada, y una de las mayores figuras de la teología sistemática. ​ En materia de metafísica, su obra representa una de las fuentes más citadas del siglo XIII. La Iglesia católica lo conoce bajo los nombres de Doctor Angélico, Doctor Común y Doctor de la Humanidad y considera su obra fundamental para los estudios de filosofía y teología. Fue el principal defensor clásico de la teología natural, es decir, el método de encontrar evidencia de Dios sin recurrir a ninguna Revelación Sobrenatural.

Tomás de Aquino nació en el seno de una numerosa y noble familia de sangre germana. Cumplidos los cinco años, Tomás recibió sus primeras enseñanzas en la abadía de Montecasino. Sus biógrafos destacan cómo fue su singular y temprana devoción al señalar cómo, desde bebé, se aferraba fuertemente a un papiro que tenía escrito el Ave María. Comenzó entonces su aprendizaje de gramática, moral, música y religión. El joven Tomás continuó su educación en la Universidad de Nápoles donde el estudio de las artes liberales, el currículo educativo de la época, lo puso en contacto con los principios de la lógica aristotélica. A la edad de diecinueve años, Tomás decidió unirse a la recién fundada Orden Dominica, opinión que no complació a su familia.



Tomás estuvo prisionero durante casi un año en los castillos familiares de Monte San Giovanni y Roccasecca en un intento de evitar que asumiera el hábito dominico y de obligarlo a renunciar a su nueva aspiración. Pasó este tiempo de prueba dando clases particulares a sus hermanas y comunicándose con miembros de la Orden Dominica. ​ Los familiares se desesperaron por disuadir a Tomás, que seguía decidido a unirse a los dominicanos. En un momento, dos de sus hermanos recurrieron a la medida de contratar a una prostituta para seducirlo. Según la leyenda, Tomás la alejó empuñando un hierro de fuego y dos ángeles se le aparecieron mientras dormía y fortaleció su determinación de permanecer célibe. Al ver que todos sus intentos de disuadir a Tomás habían fracasado, Teodora buscó salvar la dignidad de la familia haciendo que Tomás escapara por la ventana durante la noche.

En 1244, gracias a la amistad que había trabado con el Maestro General Juan de Wildeshausen, ingresó en la Orden Dominicana hacia cuya vida austera e intelectual se sentía atraído desde haberlos conocido anteriormente en un convento de Nápoles. Tomás sorprendió a los frailes cuando estos vieron que se había dedicado a leer y memorizar la Biblia y las Sententias de Pedro Lombardo, incluso había comentado un apartado de las Refutaciones sofísticas de Aristóteles que eran las referencias para los estudios de la época.

La Universidad de París era ideal para las aspiraciones del joven Tomás. Tuvo por maestros más destacados a Alejandro de Hales y a San Alberto Magno, ambos acogedores de la doctrina aristotélica.

San Alberto Magno, seguro del potencial del entonces novicio Tomás, se lo llevó a Colonia a enseñarle y estudiar profundamente las obras de Aristóteles, que ambos habrían de defender posteriormente. En ese tiempo, San Alberto fue su director espiritual, lo acompañó y encaminó su trabajo, lo que sentaría las bases para los trabajos posteriores de su discípulo. En esa época Tomás fue ordenado sacerdote.

Fe y Razón:

El pensamiento de Tomás de Aquino parte de la superioridad de las verdades de la teología respecto a las racionales, por la sublimidad de su fuente y de su objeto de estudio: Dios. Aunque señala que la razón es muy limitada para conocer a Dios, ello no impide demostrar que la filosofía (teodicea) sea un modo de alcanzar conocimientos verdaderos:

“Lo naturalmente innato en la razón es tan verdadero que no hay posibilidad de pensar en su falsedad. Y menos aún es lícito creer falso lo que poseemos por la fe, ya que ha sido confirmado por Dios. Luego como solamente lo falso es contrario a lo verdadero, como claramente prueban sus mismas definiciones, no hay posibilidad de que los principios racionales sean contrarios a la verdad de la fe”.


Tomás, por razón, señala que "Dios es simple", y, por fe, que es "trino", pero para ser trino (que no triple) hace falta ser uno, es decir simple, por lo que fe y razón no se contradicen, sino que la gracia de la fe supone (acepta) y eleva (perfecciona) la naturaleza, racional en este caso.

En su obra: “Suma teológica”, sostiene que la existencia de Dios es demostrable, además de responder a las objeciones de hacia su existencia como el problema del mal.




“Si el mal existe, Dios existe. Pues no existiría el mal una vez quitado el orden del bien, del cual el mal es privación. Pero este orden no existiría, si no existiera Dios”.

Tomás, muy por delante de las futuras exposiciones empíricas, da dos razones simples y fáciles de entender para negar la conclusión del argumento ontológico.

Una radica en la evidencia de la idea de Dios:

“Que Dios existe, es ciertamente evidente en sí, porque es su mismo ser, pero con respecto a nosotros, Dios no es evidente. Que el todo sea mayor que las partes es, en sí, absolutamente evidente. Pero no lo es para el que no concibe el todo. Y así sucede con nuestro entendimiento”.

Otra radica en la existencia de la idea de Dios:

“Y de que concibamos intelectualmente el significado del término "Dios" no se sigue que Dios sea existente sino concebido en el entendimiento. Y en consecuencia, el ser más perfecto que se pueda pensar no es necesario que se dé fuera del entendimiento”.

Aquí Tomás distingue "pensar algo como existente" y "pensar algo ya existente", señalando que la existencia que pide San Anselmo de Canterbury es necesidad, es un deber-ser meramente intelectual, no existencial.

Tomás, dejó claro que (debido a su inmensidad) no podemos contemplar a Dios como tal y señaló que la mejor forma de conocer a Dios sería mediante su Revelación directa: la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia.

Las “Quinque Viae” o Cinco Vías:

La demostración de la existencia de Dios, ofrecida en una formulación sintética a través de las así llamadas "Cinco Vías" es un punto breve en la magna obra de Tomás. No obstante, su exposición es tan completa y sistemática que ha hecho sombra a Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona o Anselmo de Canterbury y se ha convertido en el modelo de la filosofía clásica respecto a este punto. Las Vías tomistas son una demostración de la existencia de Dios a posteriori:

La Primera Vía se deduce del movimiento de los objetos. Tomás explica que un mismo ente no puede mover y ser movido al momento, luego todo aquello que se mueve lo hace en virtud de otro. Se inicia, pues, una serie de motores, y esta serie no puede llevarse al infinito, porque no habría un primer motor, ni segundo. Por lo tanto debe haber un Primer Motor Inmóvil (concepto aristotélico) que se identifica con Dios, principio de todo.

La Segunda Vía
se deduce de la causa eficiente (pues todo objeto sensible está limitado por la forma, de ahí que no sea eterno y sí causado). Se inicia, por lo tanto, una serie de causas análoga a los motores que termina en una Causa Incausada, identificada con Dios, creador de todo.

La Tercera Vía se deduce a partir de lo posible. Encontramos que las cosas pueden existir o no, que pueden pensarse como no existentes y por lo tanto son contingentes. Es imposible que las cosas sometidas a la posibilidad de no existir lleven existiendo eternamente pues en algún momento habrían de no existir. Por lo tanto debe haber un Ser Necesario que se identifica con Dios, donde esencia y existencia son una realidad.

La Cuarta Vía se deduce de la jerarquía de valores de las cosas. Encontramos que las cosas son más o menos bondadosas, nobles o veraces. Y este "más o menos" se dice en cuanto que se aproxima a lo máximo y (ya que los grados inferiores tienen su causa en algo genéricamente más perfecto) lo máximo ha de ser causa de todo lo que pertenece a tal género. La causa de la bondad y la veracidad se identifica con Dios, el Ser máximamente bueno.

La Quinta Vía
se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Tomás recuerda cómo los cuerpos naturales, siempre o a menudo, obran intencionadamente con el fin de lo mejor, muchos incluso sin conocimiento. Llegó a decir que cada ente, como causado, debe tener un orden dado, tanto por razón de su forma (esencia) como de su existencia y, remontándonos en la serie de causas finales, esto solo es posible si hay un Ser supremamente inteligente, que es Dios.






El Alma y el Cuerpo:
La enseñanza filosófica del Aquino sobre la entidad y relación del alma y cuerpo viene recogida, en gran medida, en la respuesta que da al averroísmo (corriente que considera que el alma se divide en dos partes: una individual y otra divina; que el alma individual no es eterna; y que no es posible, por ende, la resurrección de los muertos) y a su Teoría de la unidad del intelecto o entendimiento.

Para entender la singular energía de Tomás en respuesta a esta opinión habría que caer en la cuenta de dos aspectos de la misma: 
Traicionaban y confundían el legado de Aristóteles, provocando que el Tomás fuera objeto de innecesarias críticas. 
Negaba toda relación posible del hombre con Dios, lo que daría pie a la Teoría de la doble verdad donde se despreciaba la fe y confundía la persona de Jesucristo, haciéndola pasar por un sujeto doble, divino y humano, como lo hace hoy el modernismo teológico y la teología de la liberación.

A partir del asentimiento de Tomás al intelectualismo del alma, afirmará, por ser recipiente del universal, que ésta (el alma) es inmaterial e incorruptible. Respecto al cuerpo, Tomás criticó a Platón de rechazarlo y de afirmar la unión de ambos como accidental, por lo que defendió la unidad sustancial de ambos y su identidad como un solo sujeto.


Sobre las herejías: 
En la Summa theologiae, escribió:

“En los herejes hay que considerar dos aspectos: uno, por parte de ellos; otro, por parte de la Iglesia. Por parte de ellos hay en realidad pecado por el que merecieron no solamente la separación de la Iglesia por la excomunión, sino también la exclusión del mundo con la muerte. En realidad, es mucho más grave corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda con que se sustenta la vida temporal. Por eso, si quienes falsifican moneda, u otro tipo de malhechores, justamente son entregados, sin más, a la muerte por los príncipes seculares, con mayor razón los herejes convictos de herejía podrían no solamente ser excomulgados, sino también entregados con toda justicia a la pena de muerte.”

“Mas por parte de la Iglesia está la misericordia en favor de la conversión de los que yerran, y por eso no se les condena, sin más, sino después de una primera y segunda amonestación (Tit 3,10), como enseña el Apóstol San Pablo. Pero después de esto, si sigue todavía pertinaz, la Iglesia, sin esperanza ya de su conversión, mira por la salvación de los demás, y los separa de sí por sentencia de excomunión. Y aún va más allá relajándolos al juicio secular para su exterminio del mundo con la muerte.”

Tomás fue invitado por el papa Gregorio X a asistir al Concilio de Lyon II. Sin embargo, enfermó repentinamente y tuvieron que acogerle en la abadía de Fossanova. El Santo murió haciendo una enérgica profesión de fe el 7 de marzo de 1274, cerca de Terracina. Fue canonizado casi a los 50 años de su muerte, el 18 de enero de 1323. Declarado Doctor de la Iglesia en 1567 y santo patrón de las universidades y centros de estudio católicos, en 1880. Su festividad se celebra el 28 de enero. Considerado como uno de los más grandes filósofos del mundo Occidental, cabe destacar que él no se consideraba filósofo.

El aporte de Santo Tomás de Aquino es inmenso, difícil de resumirlo y abarcarlo completamente. Teniendo en cuenta que murió con cuarenta y nueve años y considerando que al mismo tiempo llegaría a recorrer unos 10 000 kilómetros en viajes a pie, se comprende que su obra sea calificada por algunos como una hazaña inigualable: “Apenas puede creerse todo lo que escribió los últimos años en París”.

Sus obras más extensas, y generalmente consideradas más importantes y sistemáticas, son sus tres síntesis teológicas o Summas:

1. Summa Theologiae
2. Summa contra Gentiles
3. Scriptum super Sententias.

Aunque el interés y la temática principal siempre es teológico, su obra abarca igualmente comentarios de obras filosóficas, polémicas o litúrgicas. Resulta especialmente conocido por ser uno de los principales introductores de la filosofía de Aristóteles en la corriente escolástica del siglo XIII y por representar su obra una síntesis entre el pensamiento cristiano y el espíritu crítico del pensamiento aristotélico. 


“Es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios”.



Angélico doctor Santo Tomás, gloria inmortal de la religión, columna firmísima de la Iglesia, varón santísimo y sapientísimo, que por los admirables ejemplos de tu inocente vida fuiste elevado a la cumbre de una perfección consumada, y con tus prodigiosos escritos eres martillo de los herejes, luz de maestros y doctores, y milagro estupendo de sabiduría;

¡Oh! quien acertara, Santo mío, a ser en virtud y letras verdadero discípulo, aprendiendo en el libro de vuestras virtudes y en las obras que con tanto acierto escribiste la ciencia de los santos, que es la verdadera y única sabiduría. 

¡Quién supiera hermanar, como vos, la doctrina con la modestia, y la alta inteligencia con la profunda humildad! Alcanzadme del Señor esta gracia, junto con el inestimable don de la pureza y haced que, practicando tu doctrina y siguiendo tus ejemplos, consiga la eterna bienaventuranza. Amé
n.







Autor: Fabrizio Nacimiento Oriz, Coordinador de la Pj de San Miguel-Dk4




miércoles, 27 de mayo de 2020

46) San Pio de Pietrelcina

SAN PIO DE PIETRELCINA

 
Padre Pío también conocido como San Pío de Pietrelcina, Fraile y Sacerdote Católico italiano poseía dones milagrosos y extraordinarios, entre ellos los estigmas-llagas de Cristo que presentaban en las manos, los pies y costado.

Sus padres fueron Grazio Mario Forgionne y María Giuseppa Di Nunzio Forgionne. Nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, Italia. Perteneció a la Orden Religiosa de Frailes Menores Capuchinos.

Fallece el 23 de septiembre de 1968 en San Giovanni Rotondo, Italia y un 16 de junio del 2002 fue canonizado por el Papa Juan Pablo II.

¿Cómo fue la niñez del Padre Pío? 

Francesco Forgionne (más adelante Padre Pío) de familia muy humilde y con mucha devoción por la religión Católica fue bautizado en la iglesia Santa María de los Ángeles, en donde también hizo su primera Comunión y su Confirmación. En este mismo lugar a los 5 años tuvo una primera aparición del Sagrado Corazón de Jesús que poso su mano sobre su cabeza; allí Francesco prometió a San Francisco ser fiel seguidor suyo y desde ese entonces comenzó a tener apariciones de la Virgen y podía ver a su ángel guardián con el que llegó a tener una amigable relación durante toda su vida.

Era un niño callado, tímido y con una marcada espiritualidad. Desde muy pequeño manifestó que quería ser Sacerdote, mostró que era piadoso, con mucho temor a Dios tanto que no toleraba que se trabaje los domingos, desde muy pequeño hacía muchas penitencias; en una ocasión su madre lo encontró dormido en el suelo con una piedra como almohada; después de misa permanecía en la iglesia por largas horas contemplando y orando al Señor y ayudaba con los arreglos del Sacristán para poder ver a Jesús presente en la Eucaristía. Esta entrega a Jesús también iba acompañado de persecución por parte del enemigo, pues desde tan temprana edad sus amigos y vecinos testifican que sufría de encuentros demoníacos y más de una vez se peleó con su sombra.

Cómo iba creciendo…
 
Francesco seguía manifestando su deseo de ser religioso, sus padres aunque eran muy humildes hicieron lo posible para que recibiera una formación y éste así lo hizo junto al maestro Ángelo Cavacco, con él avanzó mucho y demostró gran capacidad.

Un día antes de entrar al Seminario tuvo una visión, Jesús puso su mano sobre los hombros de Francesco dándole valor y fortaleza para seguir su vocación y la Virgen María le hablaba suave y maternalmente entrando en lo profundo de su alma.

Decidió ser un Fraile Capuchino de la Orden Franciscana de Morcone, al recibir su hábito Franciscano que está hecho en forma de Cruz percibió que en ese momento su vida estaba CRUCIFICADA EN CRISTO. Tomó por nombre religioso Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V.

El Padre Pio nunca se permitió lujos ni nada que le pudiera desviar de su relación con Jesús, se privaba de muchas cosas, comía muy poco, en una ocasión su único alimento por 20 días fue la Eucaristía y siempre se mostraba alegre. Sumado a todas sus privaciones también se le presentó una enfermedad que lo tenía muy mal de salud pero para los doctores era una enfermedad sobrenatural. Una de las cosas que dijo sobre esto fue:

“ Soy inmensamente feliz cuando sufro, y si consintiera los impulsos de mi corazón le pediría a Jesús que me diera todo el sufrimiento de los hombres” 

Así demostraba que más allá de los sufrimientos y tormentos por los que pasaba estaba en él el amor y el deseo por compartir los dolores del Señor. 



Dones extraordinarios…

Los Estigmas de Cristo: 

En septiembre de 1918 un día después de celebrar la Misa mientras rezaba en el coro de los monges varios rayos de luz salían del crucifijo y el Padre pío cayó en un profundo descanso mientras los rayos de luz atravesaban sus manos sus pies y su costado como si fueran flechas y un ángel escurriendo sangre de las manos se puso de pie a su lado. El Padre Pio describe este momento con estas palabras:

“Sentí que me moría y me hubiera muerto si el Señor no hubiera intervenido fortaleciendo mi corazón que estaba apunto de salir disparado de mi pecho. Cuando la extraña criatura me dejó me di cuenta de que mis manos, mis pies y mi costado estaban perforados y sangrando. La herida del corazón sangra continuamente desde el jueves por la tarde hasta el sábado”.

Estas heridas eran las marcas visibles de la Pasión de Cristo. Inicialmente trató de curar sus heridas pero fue inútil, así que trataba de ocultarlas usando guantes para disimularlo pues decía que le producían vergüenza y humillación, teniendo en cuenta también el gran dolor físico que le causaba.

Una vez más los médicos se sorprendieron ya que sus heridas no se infectaban, tenían un olor perfumado y aunque sangraba mucho sumado a sus otras enfermedades nunca sufrió de anemia.

Sus problemas de salud se fueron agravando tanto que le dieron la orden de ir a descansar a su casa. Este descanso temporal duró 7 años, a pesar de esto fue ordenado Sacerdote y en 1911 le pidieron regresar al convento.


El Don de la Bilocación: 

Un día rezaba acompañado de otro Fraile cuando se encontró muy lejos en donde un padre de Familia agonizaba al mismo momento que su hija estaba por nacer; él ayudó en el nacimiento de la niña pues la Virgen María le había encomendado su vida. Dieciocho años después esta joven sin conocer al Padre Pío fue junto a él y éste la reconoció desde ahí se convirtió en una de sus hijas espirituales.

En otra ocasión en tiempos de Guerra un comandante mayor estaba pensando en suicidarse y apareció el Padre Pio ante él diciéndole que no lo hiciera y cuando lo convenció desapareció por arte de magia. .

Persecuciones por parte del enemigo:

Así como el Señor le iba confiando muchos dones a su vez el enemigo no se quedaba quieto. El demonio estaba furioso hasta el punto que lo atacaba y golpeaba físicamente, casi todas las noches lo sometía a violentas batallas físicas y espirituales que lo dejaban exhausto, se le aparecía en forma de animal, mujeres bailando danzas impuras, carceleros que lo azotaban pero luego era asistido por Jesús, la Virgen, su Ángel, San Francisco y otros Santos.

En una ocasión cuando estaba durmiendo el demonio vino a golpearlo fuertemente, entonces el Padre Pio pidió ayuda a su ángel guardián para que lo ayudara pero no lo veía y después de muchas golpizas el enemigo se fue y allí apareció su ángel triste porque el Padre le reclamo el que no lo haya socorrido en el momento.

El custodio del convento movido por una inspiración Franciscana ordenó al Padre Pío que pidiera la gracia de ser atormentado en silencio ya que los Capuchinos estaban cansados del ruido y los vecinos empezaban a preocuparse por lo que este sucediendo y en esa misma noche recibió esa gracia.

Su vida de oración y entrega...

En 1916 le sugirieron ir a San Giovanni Rotondo para descansar ya que seguía muy enfermo, y así lo hizo en 1917. Una vez pisado ese monasterio se curó definitivamente de aquella enfermedad que tanto lo aquejaba y que ni los doctores sabían de que se trataba, esto lo tomó como una señal del Señor que le indicaba donde debía permanecer.

Se pasaba los días rezando, dando clases a los niños, aconsejando gente, confesando por muchas horas en el día(si la persona no tenía el corazón decidido se negaba a darle la absolución), y celebraba la misa por las mañanas en su parroquia. Su misa podría durar hasta 3 horas pero la gente se quedaba porque lo consideraban un Santo y la consagración del pan era el momento en el que más sufría porque sentía el dolor del sacrificio en sus estigmas. Decía:

“El mundo puede subsistir sin el Sol pero nunca sin la Misa”

Muchas veces después de terminar la misa se desmayaba, su cuerpo se quedaba rígido y una vez el Sacristán pensando que estaba muerto dijo: “El Padre Pio está muerto” porque lo encontró tirado en el piso durante 3 horas pero el párroco ya sabía lo que pasaba con él.


Más persecuciones...

Roma comenzó a desconfiar de los Capuchinos especialmente del Padre Pío, y poco a poco le fue retirado su apostolado, llegaron a prohibirle celebrar las Misas y esto lo puso muy triste no por si mismo si no por las almas que necesitaban de la conversión.

Sus compañeros Frailes formaron una conspiración “fraternal” contra él colocando micrófonos en donde dormía y en su confesionario, finalmente las personas que hicieron esto fueron descubiertas, destituida de sus funciones y los mandaron a otro convento.

El decía:

“Sufro, sufro mucho pero no deseo para nada que mi cruz sea aliviada porque sufrir con Jesús es muy agradable”. 

Después de un tiempo le levantaron las sanciones y volvió a celebrar las Misas, a confesar, aconsejar, etc.

Creó grupos de oración gracias a sus hijas espirituales, tenia un gran amor por los niños tanto que rezaba por ellos hasta alcanzar la gracia que necesitaban, él no soportaba el sufrimiento de los demás, su compasión por los que recurrían a él y no se les era concedido la curación lo llevó a trabajar por el establecimiento de un hospital de nivel internacional en San Giovanni Rotondo el cual lo llamó “Casa Alivio de los Sufrimientos”, esto lo logró gracias a unos amigos que lo ayudaron a recaudar dinero ya que ellos no tenían nada.


Algunos milagros y más dones… 

· Gemma di Giorgi nació sin pupilas, después de que el Fraile la visitó comenzó a ver como si nada.

· Un niño que estaba gravemente enfermo apuntó de morir se hecho a reír y se recuperó. El niño dijo a su madre: Mamá Padre Pío me hizo cosquillas en el pie y se sano.

· Un campesino había pedido su intercesión para que cese su dolor de diente y no habiendo recibido esta sanación le tiro un zapato a su retrato, después fue a confesarse con él y el Padre Pio le replicó “Y todavía tienes coraje después del zapatazo que me diste en la cara”.

· Su propio Padre estando moribundo no quiso confesarse con él y este le describió detalladamente todos sus pecados y le dijo a su Padre que sólo asintiera lo que le estaba diciendo.

· En cada oración con los demás Frailes el llevaba una alfombra para no mojar el piso con sus lágrimas ya que tenía el Don de Lágrimas ( Era muy sensible con las oraciones y se ponía a derramar muchas lágrimas mojando todo el piso a su alrededor).

Muerte y despedida del Padre Pío… 

El 21 de septiembre de 1968 50 años después de la aparición de los estigmas desaparecieron sin dejar ningún rastro y el 23 de septiembre se dio su muerte.

Se tuvo que esperar cuatro días para que la multitud despidiera el cuerpo del Padre Pío, alrededor de cien mil personas participaron en el entierro.

Su cuerpo incorrupto puede verse en San Giovanni Rotondo, Italia. 



Y tú, ¿con que actitud recibes los sufrimientos que te da el Señor?


QUÉDATE, SEÑOR, CONMIGO
Has venido a visitarme,
como Padre y como Amigo.
Jesús, no me dejes solo.
¡Quédate, Señor, conmigo! 
Por el mundo envuelto en sombras
voy errante peregrino.
Dame tu luz y tu gracia.
¡Quédate, Señor, conmigo! 
En este precioso instante
abrazado estoy contigo.
Que esta unión nunca me falte.
¡Quédate, Señor, conmigo! 
Acompáñame en la vida.
Tu presencia necesito.
Sin Ti desfallezco y caigo.
¡Quédate, Señor, conmigo!

Declinando está la tarde.
Voy corriendo como un río
al hondo mar de la muerte.
¡Quédate, Señor, conmigo! 
En la pena y en el gozo
sé mi aliento mientras vivo,
hasta que muera en tus brazos.
¡Quédate, Señor, conmigo!







Autor: Lisandra Samudio - Representante de la Pj de Caacupemi - Dk3

martes, 26 de mayo de 2020

45) San Felipe Neri


San Felipe Neri



Patrono de los educadores y humoristas. Se dedicó a la reevangelización de la ciudad de Roma, era poeta y músico.

En agosto de 1515 nace Felipe, en Florencia, Italia. Sus padres fueron Francisco Neri y Lucrecia Soldi. Por la relación de su padre con los dominicos, desde temprana edad tuvo una vida de oración y piedad. Sus padres lo llamaban “Felipín el bueno”. Cuando su padre contrajo su segundo matrimonio, fue enviado a la casa de su tío para crecer rodeado de riquezas y posteriormente poder heredar sus bienes. Felipe había resuelto dejar todo por seguir y agradar al Señor, su corazón estaba lejos de ser ingrato, por lo que no podía seguir los paternales consejos de su tío. Una mañana, sin que su tío lo supiera, partió a Roma, sin dineros ni provisiones sólo con la ropa que llevaba ese día confiando plenamente en Dios.

En Roma vivía Galleotto Caccia, quien le ofreció asilo en una pequeña habitación bajo unas escaleras donde tenía una cama, una mesa y comía un pan, un vaso de agua y aceitunas, a cambio de que Felipe se encargue de la educación de sus hijos. En los primeros dos años se dedicó a leer, rezar, hacer penitencia y meditar. Los siguientes tres años se dedicó a estudiar filosofía y teología, para dejarlos por las prácticas ascéticas y las obras de caridad.

Por inspiración de Dios, fue catequista de Roma durante cuarenta años, un pueblo sumido en la ignorancia religiosa y corrupción de costumbres. Mediante sus catequesis transforma a la ciudad.

Un Apostolado de la simpatía. Recibió de Dios el don de la alegría y la amabilidad. Era simpático y se hacía amigo de los obreros, empleados, vendedores y niños de la calle para hablarles de Dios y del alma. Los abordaba con la siguiente pregunta “Amigo ¿Y cuándo vamos a empezar a ser mejores?”. Y si había una apertura por parte de ellos, les enseñaba a vivir en la virtud de la piedad y a portarse como Dios quiere. Los llevaba a los hospitales, que eran muy necesitados en aquella época, para visitar a los enfermos.

Fenómeno de las costillas: En la Vigilia de Pentecostés, el corazón le creció y se le saltaron dos costillas, pues había pedido al Señor el don de amarlo profundamente. El corazón se le ensanchó tanto y el pecho le ardía fuertemente que tuvo que decirle al Señor “¡Basta Señor, basta! Que me vas a matar de alegría.” Tenía tan grandes accesos al amor del Señor que en invierno debía desprenderse la camisa a la altura del pecho por el amor ardiente que sentía. Felipe estaba emocionado.

Cofradía y las 40 horas: Fundó en el año 1558 junto con sus seguidores más fervorosos, para dedicarse a orar y meditar. En donde debían colocar la Sagrada Hostia para adorarlo. Fundó el hospital de la Santísima Trinidad y peregrinos. Durante el año del jubileo de 1575, atendieron a más de 140.000 peregrinos.

San Felipe ya tenía 34 años, cuando su confesor le indicó inspirado por Dios, que se ordene sacerdote. En mayo del año 1551, fue ordenado. Comenzó su ministerio en San Jerónimo de la Caridad. En 1562, aceptó el cargo como párroco de la iglesia de San Giovanni dei Fiorentini. Desde entonces se convirtió en Apóstol del confesionario, pues confesaba muy bien. Quienes con él se confesaban cambiaban milagrosamente. Para que puedan acceder a la conversión completa, debían recorrer las 7 Iglesias (procesión por los 7 templos de Roma) rezando, oyendo las homilías y contemplar a Jesús en la oración.

Fundación del Oratorio:
 Quería ir a Asia a misionar, por su amistad con San Ignacio de Loyola, en el año 1544, pero su superior le dijo que debía dedicarse a misionar en Roma. Así constituyó el núcleo de lo que después se convirtió en la “Hermandad del Pequeño Oratorio”. Sonaban las campanas llamando a rezar, por eso se llamó el oratorio. Dejó escrito un reglamento para los Padres Oratorianos o Filipenses en 1575, junto con San Carlos Borromeo.

Tenía el don de la alegría, donde él estaba había fiesta y buen humor. Se hacía el payaso para ocultar sus dones sobrenaturales y que no lo tuvieran como santo.

Como enseñaba catequesis a los niños, donde él estaba había mucho bullicio todo el tiempo, muchos de los adultos que le rodeaban no estaban de acuerdo con el alboroto. San Felipe le decía a los niños “Haced todo el ruido que queráis que a mí lo único que me interesa es que no ofendáis a Nuestro Señor, lo importante es que no pequéis, lo demás no me disgusta.” San Juan Bosco lo toma, posteriormente, como ejemplo.

Ataque de vesícula: El médico estaba en su casa para hacerle un tratamiento por el ataque fortísimo que tuvo Felipe, pero en un momento él les dijo: “Por favor, háganse a un lado porque ha venido Nuestra Señora, la Virgen María, a curarme.” Y quedó sanado. Él a su vez sanaba a los enfermos imponiéndoles las manos. A otros les anunciaba lo que iba a sucederles.

Rostro resplandeciente: Mientras rezaba y celebraba la Santa Misa, su rostro se iluminaba, por lo que quienes lo rodeaban no dudaban de la santidad de Felipe. En los últimos dos años de vida, se convirtió en director espiritual de Cardenales, Obispos, monjas, jóvenes, viejos, estudiantes. Decían que toda Roma pasaba por su habitación.

Misas Largas: Quien lo acompañaba después de la consagración, el acólito, posterior a la elevación se iba a su casa y volvía dos horas después y alcanzaba a llegar al final de la misa. Felipe se quedaba en éxtasis por horas, es así que en la misa en donde acudían los feligreses debía leer tiras cómicas para distraerse y no entrar en éxtasis.

25 mayo 1595: Lo visitó a su casa un médico. Ya que sus últimos años de vida estuvieron marcadas por las distintas enfermedades que atravesó.

- Médico: ¡Padre, jamás lo había encontrado tan alegre!

- Felipe: Me alegré cuando me dijeron ¡vamos a la casa del Señor!

Falleció un 26 de mayo de 1595, a la edad de 79 años.

Fue beatificado en 1615 y  en el 1622 canonizado. Sus restos mortales se conservan en la Chiesa Nuova. 



Oh, dulce San Felipe, que glorificaste a Dios y te perfeccionaste,

Siempre por tu corazón puesto en Él,
Y tuviste una gran caridad por todos los hombres
Ahora vienes del cielo en mi ayuda. 
Ves que yo sufro bajo el peso de muchas miserias, 
Y vivo en una continua lucha de pensamientos, de deseos, 
De cariños y de pasiones, que me querrían alejar de Dios. 
¿Y sin Dios qué haría yo? 
Sería un esclavo que colmado de miseria ignora la misma esclavitud. 
Pronto el enojo, el orgullo, el egoísmo, la impureza y 
Ciento de otras pasiones devorarían mi alma. 
Pero yo quiero vivir con Dios; por eso invoco 
Humilde y confiadamente tu ayuda.

Intercede para que obtenga el regalo de la Santa Caridad; 
Haz que el Espíritu Santo, el que te inflamó milagrosamente, 
descienda con sus regalos en mi alma. 
Consígueme que yo pueda, aunque sea débilmente, imitarte. 
Que yo viva en el continuo deseo de salvar almas para Dios; 
Que yo las conduzca a Él, siempre imitando tu dulce mansedumbre. 
Que pueda ser casto de Pensamientos, de deseos, de cariños, como fuiste tú. 
Concédeme aquella santa alegría de espíritu que procede de la paz del corazón 
Y de la plena resignación a la voluntad de Dios. 
Alrededor de ti exhalo un aire benéfico, que sanó a las almas enfermas, 
Tranquilizó a las temerosas, aseguró a las tímidas, confortó a las afligidas.

Tú has rezado por los que te maldecían; por los que te perseguían; 
Conversaste con los justos para perfeccionarlos, 
Y con los pecadores para reconducirlos a la conciencia. 
¿Pero por qué no he sido capaz de imitarte? 
¡Cuánto lo desearía! ¡Me parecería tan santificante hacerlo! 
Ruega por mi pobre alma, para que yo pueda realmente imitarte 
En la vocación a la que he sido llamado, que siempre sea apóstol de Cristo. 
Favoreciendo a las almas que me ha puesto en el camino para convertirlas a Él. 
Si tuviera el corazón lleno de Dios, llevará tu apostolado que es el mismo 
Que el de Jesús, a mi familia, a mi trabajo, a la iglesia, a los hospitales, 
Con los enfermos y también con los sanos, a los ricos y a los pobres. 
A todos los que necesiten de la simplicidad del amor de Dios. 
Te lo pido por Nuestro Señor Jesucristo. 

Amén. 





Autor: Letizia Candia - Representante PJ Nuestra Señora del Rosario - Dk9