miércoles, 20 de mayo de 2020

39) San Bernardino de Siena

San Bernardino de Siena


Fue fraile Menor, misionero y reformador; frecuentemente se le llama el “Apóstol de Italia”.

San Bernardino nació en Massa Marittima el 8 de septiembre de 1380. A los seis años Bernardino quedó huérfano, se mudo a Siena y fue educado cuidadosamente por sus piadosas tías.

Su juventud transcurrió limpia y activamente. En 1397, luego de tomar un curso de derecho civil y canónico, ingresó a la Confraternidad de Nuestra Señora, adyacente al gran hospital de Santa Maria della Scala. Tres años después, la peste invadió Siena de nuevo y él abandonó la vida de reclusión y oración que había abrazado para atender a las víctimas de la plaga.

Apoyado por diez compañeros se echó a cuestas a la dirección del hospital. A pesar de su juventud, Bernardino hizo frente exitosamente a la tarea, pero su dedicación incansable y heroica a ella quebrantó su salud de tal manera que jamás la recuperó por completo.

Habiendo repartido su patrimonio entre los pobres, Bernardino tomó el hábito de los Frailes Menores en San Francisco, en Siena, el 8 de septiembre de 1402. Pronto, sin embargo, se retiró al convento de los Observantes, en Columbaio, en las afueras de la ciudad.

Profesó el 8 de septiembre de 1403, y fue ordenado sacerdote el 8 de septiembre de 1404. Alrededor de 1406, mientras predicaba en Alejandría, en el Piemonte, predijo que su manto descendería sobre un hombre que le escuchaba en ese momento y que esa persona volvería a Francia y España dejando a Bernardino la tarea de evangelizar el resto de los pueblos italianos. Pasaron casi doce años antes de que se cumpliera la predicción.

En ese período, del que no tenemos detalles, parece que Bernardino vivió en retiro en Capriola. Fue en 1417 que su don de elocuencia se hizo evidente, y al fin de ese año fue que verdaderamente comenzó su vida misionera. A partir de entonces varias ciudades se disputaban el honor de escucharlo, viéndose él obligado a predicar en los mercados, ante auditorios de más de 30,000 personas. Paulatinamente Bernardino fue ejerciendo cada vez mayor influencia en las turbulentas y lujosas ciudades italianas. Pio II, que en su juventud quedó más de una vez fascinado por la elocuencia de Bernardino, describe cómo el santo era escuchado como si se tratara de otro San Pablo, y Vespasiano de Bisticci, un biógrafo renombrado de Florencia, comenta que a través de sus sermones Bernardino “limpió a toda Italia de la gran cantidad de pecados de que adolecía”.

Se cuenta que los penitentes acudían a la confesión “como hormigas”, y que en varias ciudades las reformas sugeridas por el santo quedaron incorporadas en leyes que se conocen como “Riformazioni di frate Bernardino” (Reformas de Fray Bernardino).

En la figura de San Bernardino se reúnen dos personalidades muy diferentes: por un lado, el predicador asceta que en sus sermones condenaba los peligros del mundo de la época y del oficio de la mercadería; por otro, un atento y perspicaz observador del entorno económico y mercantil; para entenderlo aplicaba la más estricta lógica, sin dejar que los prejuicios afectaran su pensamiento y sus conclusiones.

En el 1430 fue nombrado vicario general de los Franciscanos Observantes. Tres veces le ofrecieron el episcopado en Siena, Urbino y Ferrara, pero no aceptó, porque no quería dejar de lado la predicación. 

Obras:

Su obra más importante, desde el punto de vista económico, es Sobre los contratos y la usura (1433). San Bernardino demuestra que entiende muy bien la dinámica de la realidad comercial que lo rodea y afirma que el comercio es lícito y honesto, porque es muy útil para toda la comunidad en general, para quien compra los bienes, y para el comerciante, que por su oficio obtiene un beneficio justo, gracias a su industria, diligencia e ingenio; es decir, a su capacidad, perspicacia y creatividad.

San Bernardino no considera el comercio como intrínsecamente pecaminoso, sino admite que en todas las profesiones hay posibilidad de cometer pecados, y la actividad del comerciante es muy valiosa y útil: transportar bienes desde sitios donde son abundantes a sitios donde hay escasez, o conservarlos y guardarlos para momentos futuros, en los que los consumidores los demandarán.

En particular, San Bernardino enumera cuatro propiedades necesarias para tener éxito como empresario: la “industria”, entendida como eficiencia o diligencia: es decir, estar bien informado sobre precios, costes y cualidades de los productos; la “sollicitudo” o responsabilidad, que se refiere la capacidad de estar atento a los detalles y llevar las cuentas; “el trabajo”, entendido como empeño; y los “perícula”, término que en latín significa riesgo. 

Siendo su primera preocupación salvar las almas de los ciudadanos, en el tema de la usura dejaba de lado el razonamiento económico y puramente lógico, para adoptar una postura casi dogmática. Tres eran, según el santo, los pecados más peligrosos en las ciudades de la época: la soberbia, la lujuria y –el más peligroso de los tres, por ser causa de los mayores problemas sociales– la avaricia. A pesar de la profundidad del análisis económico de la realidad de la época en sus sermones, prevalece en él una visión moralista de la pobreza y de la riqueza; el autor señala la usura como causa primera de la miseria:

«Usurero, devorador de los pobres, serás castigado por tus pecados. Usurero, que has prestado… y bebido la sangre de los pobres, cuánto daño has hecho y cuánto has pecado en contra de los mandamientos de Dios».

Es cierto que San Bernardino comprendió la diferencia entre el simple dinero estéril y el capital, entendido como dinero destinado a la inversión en negocios rentables (dinero que tiene un cierto carácter seminal de algo provechoso y que, por lo tanto, no pretende solamente la devolución del nominal, sino, además, de un valor sobreañadido o superadjunctus), y apoyó el concepto de lucrum cessans (concepto clave en la futura abolición del pecado de usura): o sea que es moral cobrar intereses sobre un préstamo iguales a la rentabilidad sacrificada, u oportunidad perdida, en una inversión legítima; pero limita el concepto de lucrum cessans solamente a los casos de préstamos por caridad y no a los prestamistas profesionales. A pesar de entender la diferencia entre dinero estéril y capital, y de intuir el concepto del coste de oportunidad, su preocupación moralizadora prevaleció sobre la estricta deducción lógica en el caso de la usura. 

Finalmente, San Bernardino fue uno de los primeros en la historia en intuir el concepto de preferencia temporal: es decir, que los hombres prefieren bienes presentes a bienes futuros (o mejor dicho, la expectativa en el presente de bienes que se obtendrán en el futuro). Este concepto vendrá enunciado con más claridad, probablemente bajo la influencia de la obra del santo, por parte de Martín de Azpilcueta, el doctor Navarro (1493-1586), uno de los escolásticos de la Escuela de Salamanca: «Un derecho sobre alguna cosa vale menos que la cosa misma,y es patente que aquello que no puede utilizarse hasta dentro de un año tiene menos valor que algo de iguales característica que pueda utilizarse de inmediato». 

San Bernardino de Siena y sus discípulos propagaron el culto al Nombre de Jesús: "Yahweh es salvación" con el monograma del Santo Nombre: IHS (abreviación del nombre de Jesús en Griego, ιησουσ, y añadiendo el nombre de Jesús al Ave María). 

En 1444, Bernardino, deseoso que no quedase región en Italia sin escuchar su voz, a pesar de sus enfermedades se lanzó a evangelizar el reino de Nápoles. Demasiado enfermo para caminar, hubo de viajar a lomo de asno. Pero desgastado por cuarenta años de laborioso apostolado, e invadido por la fiebre, el santo debió ser trasladado a Aquila casi en agonía.

Momentos antes de su muerte pidió, ser puesto en el suelo como su padre espiritual San Francisco de Asís. Sus últimas palabras fueron: 

“Oh Señor dulcísimo, he manifestado tu palabra a los hombres. Llévame a tu Reino con la ayuda de tus santos ángeles”. 

Allí, acostado en el suelo, pasó al Señor en la vigilia de la Ascensión, el 20 de mayo, justo cuando los frailes cantaban en el coro la antífona:

Pater manifestavi nomen Tuum hominibus…ad Te venio (Padre, he manifestado tu nombre... vengo a Ti).

Los magistrados se rehusaron a permitir que el cuerpo del santo fuera llevado a Siena. En vez de eso fue sepultado en el convento de los Observantes luego de un funeral de singular esplendor.

A su muerte se sucedieron muchos milagros y fue canonizado por Nicolás V el 25 de mayo de 1450.

El 17 de mayo de 1472 su cuerpo fue trasladado solemnemente a la nueva iglesia de los Observantes de Aquila, que había sido construida para ese propósito, y depositado en una capilla regalada por Luis XI de Francia. Un terremoto destruyó totalmente esa capilla en 1703, pero fue substituida por otra, en donde son venerados los restos de San Bernardino hasta el día de hoy.

Su fiesta la celebramos el 20 de mayo.


Señor Dios,
que infundiste en el corazón
de San Bernardino de Siena
un amor admirable
al nombre de Jesús,
concédenos,
por su intercesión y sus méritos,
vivir siempre impulsados
por el espíritu de tu amor. 

Por Jesucristo, nuestro Señor. 

Amén.



Autor: Pablo Torres - Representante PJ San Rafael Arcangel - Dk9

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