domingo, 19 de abril de 2020

8) San Ambrosio.


San Ambrosio de Milán - Padre de la Iglesia Latina.

Obispo y Doctor de la Iglesia.


El valor y la constancia para resistir el mal, forman parte de las virtudes esenciales de un obispo. En ese sentido, San Ambrosio fue uno de los más grandes pastores de la Iglesia de Dios. Se le considera tradicionalmente como uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Occidente y uno de los 36 Doctores de la Iglesia.

El santo nació en Tréveris, probablemente el año 340. Su padre, que se llamaba también Ambrosio, era entonces prefecto de la Galia. El prefecto murió cuando su hijo era todavía joven, y su esposa volvió con la familia a Roma. La madre de San Ambrosio dio a sus hijos una educación esmerada, y puede decirse que el futuro santo debió mucho a su madre y a su hermana Santa Marcelina.


Un día, cuando aún no sabía hablar, estando en el jardín de la residencia de su padre en Tréveris, acudió un enjambre de abejas a revolotear por su rostro, y que varias de ellas se deslizaron, sin picarle, en el interior de su boca. Al verlo, exclamó el prefecto: "Este niño va a ser algo grande". Con algo más de edad, el niño veía que todos besaban al obispo cuando éste visitaba su casa y él presentaba también la suya a los criados y a su hermana, para que se la besaran, diciendo: "¿No sabéis que también yo voy a ser obispo?".

El joven aprendió el griego, llegó a ser buen poeta y orador y se dedicó a la abogacía. En el ejercicio de su carrera llamó la atención de Anicio Probo y de Símaco. Este último, que era prefecto de Roma, se mantenía en el paganismo. Probo era prefecto pretorial de Italia. Ambrosio defendió ante este último varias causas con tanto éxito, que Probo le nombró asesor suyo. Más tarde, el emperador Valentiniano nombró al joven abogado gobernador con residencia en Milán (norte de Italia). Cuando Ambrosio se separó de su protector Probo, éste le recomendó: "Gobierna más bien como obispo que como juez". El oficio que se había confiado a Ambrosio era del rango consular y constituía uno de los puestos de mayor importancia y responsabilidad en el Imperio de occidente.

A los dos años de su prefectura en Milán, cuando apenas había empezado a desarrollar su programa de gobierno, falleció el obispo y se planteó el problema de la elección de sucesor, la cual, según la costumbre establecida, debían hacer el clero y el pueblo. Hubo disputas y un día, mientras el clero deliberaba en la parte superior de la basílica catedral, y el pueblo aguardaba abajo la decisión con una actitud que fácilmente podían degenerar en motín, el gobernador creyó deber suyo presentarse en medio de los fieles para hablarles y tranquilizarles.

Apenas había terminado su exhortación, cuando se oyó una voz infantil, que decía: "Ambrosio, obispo". "¡Ambrosio, obispo!", empezó a gritar la muchedumbre. Y el clero se unió a la aclamación general. El único que protestaba era el elegido y podía alegar una razón magnífica. El Concilio de Nicea, en 325, había prohibido que los no bautizados fuesen escogidos para el episcopado, y Ambrosio no estaba bautizado todavía.

Los electores no cedieron. Se consultó al Papa, quien aprobó la elección, suspendiendo la disposición de Nicea. Pero cuando los obispos designados fueron en busca de Ambrosio, con el propósito de disponerlo y consagrarlo, no lo encontraron en la ciudad; se había evadido al campo y sólo por la traición de un amigo pudieron dar con su paradero.
Recibió el bautismo, la ordenación y la consagración en 374 y seguidamente tomó posesión de su Sede.

El nuevo prelado demostró muy pronto que estaba a la altura de su dignidad. Su vida, ya siempre sobria, se hizo ahora austera y penitente. Distribuyó a los pobres todo su dinero y se trazó un programa pastoral vastísimo, al cual se adaptó con gran actividad durante todo su pontificado. Uno de los rasgos más característicos de su actuación fue siempre la caridad para con los pobres, enfermos, moribundos, cautivos, viudas y huérfanos. Fundó hospitales y albergues.



En cuestión de religión cristiana tenía que aprender casi todo, y se dedicó sobre todo al estudio de la Biblia con tanto empeño que pronto la aprendió a fondo. Más guerrero que intelectual fue el primer cristiano en conseguir que se reconociera el poder de la iglesia por encima de la del estado. Y desterró definitivamente en sucesivas confrontaciones a los paganos de la vida política romana.

Fue un verdadero padre espiritual de los jovencitos emperadores Graciano y Valentiniano II y del temible Teodosio I, a quien no dudó en reprochar duramente, exigiéndole una penitencia pública como expiación por haber hecho asesinar al pueblo de Tesalónica para acabar con una revuelta.

Ambrosio es el símbolo de la Iglesia que renace después de los duros años del ocultamiento y de las persecuciones. Por medio de él la Iglesia de Roma trató sin nada de servilismos con el poder político.
Sus cualidades personales fueron las que le atrajeron la devota atención de todos.




En el orden espiritual, lo primero que hizo fue perfeccionar su cultura teológica y bíblica, bajo la guía personal o los escritos de maestros como San Basilio, San Cirilo de Alejandría, San Gregorio Nacianceno, y otros eclesiásticos de su tiempo, vivientes o ya difuntos, aparte del famoso sacerdote Simpliciano, que le aleccionaba directamente y que había de ser su sucesor como Prelado de Milán.

Desde su juventud había sido Ambrosio hombre de relaciones escogidas. Con San Basilio tuvo una especial comunicación y amistad.Ya en sus tiempos de Roma frecuentó seguramente con San Jerónimo, con San Paulino de Nola, con Santa Paula y sus hijas.

La actividad cotidiana de Ambrosio estaba dedicada a la dirección de su propia comunidad, y cumplía sus compromisos pastorales predicando a su pueblo más de una homilía semanal. San Agustín, quien fue un asiduo oyente de los sermones de San Ambrosio, nos cuenta en sus Confesiones que el prestigio de la elocuencia del obispo de Milán era muy grande y muy eficaz el tono de este apóstol de la amistad.

La situación de Ambrosio en Milán, su conocimiento de los asuntos políticos y su autoridad de jurista, hacían de él un consejero técnico para los emperadores en materia religiosa, en la cual éstos necesariamente debían intervenir, pues desde que Constantino se había hecho protector de la Iglesia, -y, con tal pretexto, una especie de obispo externo a la Jerarquía- no podían desinteresarse de los conflictos que incesantemente se provocaban entre cristianos y paganos, entre ortodoxos y arrianos.

La llamada guerra de las estatuas enfrentaba desde Constantino a las diversas religiones con representación en el senado. En el 384, el partido pagano aprovechó la debilidad de Valentiniano II para devolver la Estatua de la Victoria al senado, lo que provocó la ira de Ambrosio.
Finalmente Ambrosio hizo declarar a Valentino II que los emperadores tenían que estar a las órdenes de Dios al igual que los ciudadanos tenían que estar a las órdenes del emperador como soldados.

A partir de aquí, Ambrosio consigue hacer efectiva una demanda por la que la Iglesia ostenta un poder superior no solo al Estado Romano sino a todos los estados.


Según el Obispo después de aprender el arte de vivir rectamente, ya podían considerarse preparados para los grandes misterios de Cristo. De este modo, la predicación de San Ambrosio, que representa el núcleo fundamental de su ingente obra literaria, parte de la lectura de los Libros sagrados para vivir de acuerdo con la Revelación divina

En un  pasaje de las Confesiones de San Agustín, el cual había ido a Milán como profesor de retórica; era escéptico, no cristiano. Estaba buscando, pero no era capaz de encontrar realmente la verdad cristiana. Lo que movió el corazón del joven retórico africano, escéptico y desesperado, y lo que lo impulsó definitivamente a la conversión fue el testimonio del Obispo y de su Iglesia milanesa, que oraba y cantaba, compacta como un solo cuerpo.

Una Iglesia capaz de resistir a la prepotencia del emperador y de su madre, que en los primeros días del año 386 habían vuelto a exigir la expropiación de un edificio de culto para las ceremonias de los arrianos. En el edificio que debía ser expropiado, cuenta San Agustín, "el pueblo devoto velaba, dispuesto a morir con su obispo". Este testimonio de las Confesiones es admirable, pues muestra que algo se estaba moviendo en lo más íntimo de San Agustín, el cual prosigue: "Nosotros mismos, aunque insensibles a la calidez de vuestro espíritu, compartíamos la emoción y la consternación de la ciudad" (Confesiones 9, 7).

San Agustín aprendio a creer y a predicar de la vida y del ejemplo del obispo San Ambrosio. Podemos referir un pasaje de un célebre sermón de Agustin, que mereció ser citado muchos siglos después en la constitución conciliar Dei Verbum: "Todos los clérigos especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse —aquí viene la cita de san Agustín— "predicadores vacíos de la Palabra, que no la escuchan en su interior". Precisamente de San Ambrosio había aprendido esta "escucha en su interior", esta asiduidad en la lectura de la Sagrada Escritura, con actitud de oración, para acoger realmente en el corazón y asimilar la palabra de Dios.




En el sexto libro de las Confesiones, San Agustín narra su encuentro con San Ambrosio, ciertamente un encuentro de gran importancia en la historia de la Iglesia. Escribe textualmente que, cuando visitaba al Obispo de Milán, siempre lo veía rodeado de numerosas personas llenas de problemas, por quienes se desvivía para atender sus necesidades. Siempre había una larga fila que esperaba hablar con San Ambrosio para encontrar en él consuelo y esperanza. Cuando San Ambrosio no estaba con ellos, con la gente (y esto sucedía en pocos momentos de la jornada), era porque estaba alimentando el cuerpo con la comida necesaria o el espíritu con las lecturas.

Aquí San Agustín expresa su admiración porque San Ambrosio leía las escrituras con la boca cerrada, sólo con los ojos (cf. Confesiones 6, 3). De hecho, en los primeros siglos cristianos la lectura sólo se concebía con vistas a la proclamación, y leer en voz alta facilitaba también la comprensión a quien leía. El hecho de que San Ambrosio pudiera repasar las páginas sólo con los ojos era para San Agustín una capacidad singular de lectura y de familiaridad con las Escrituras.

Pues bien, en esa lectura "a flor de labios", en la que el corazón se esfuerza por alcanzar la comprensión de la palabra de Dios, se puede entrever el método de la catequesis de San Ambrosio: la Escritura misma, íntimamente asimilada, sugiere los contenidos que hay que anunciar para llevar a los corazones a la conversión.



Así, según el magisterio de San Ambrosio la catequesis es inseparable del testimonio de vida. Quien educa en la fe no puede correr el riesgo de presentarse como una especie de payaso, que recita un papel "por oficio". Más bien, uno debe ser como el discípulo amado, que apoyó la cabeza sobre el corazón del Maestro, y allí aprendió su manera de pensar, de hablar, de actuar.

En definitiva, el verdadero discípulo es el que anuncia el Evangelio de la manera más creíble y eficaz.
Al igual que el apóstol San Juan, el obispo San Ambrosio —que nunca se cansaba de repetir: "Omnia Christus est nobis", "Cristo lo es todo para nosotros"— es un auténtico testigo del Señor. Con sus mismas palabras, llenas de amor a Jesús, "Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es el médico; si estás ardiendo de fiebre, él es la fuente; si estás oprimido por la injusticia, él es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza; si tienes miedo a la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si estás en las tinieblas, él es la luz. Gustad y ved qué bueno es el Señor. Bienaventurado el hombre que espera en él" (De virginitate 16, 99). También nosotros esperamos en Cristo. Así seremos bienaventurados y viviremos en la paz.

Cuando San Ambrosio cayó enfermo, predijo que moriría después de la Pascua, pero prosiguió sus estudios acostumbrados. Después de ordenar al nuevo obispo de Pavía, San Ambrosio tuvo que guardar cama. Cuando un amigo, que era Conde, se enteró de la noticia, dijo públicamente:

"El día en que ese hombre muera, la ruina se cernirá sobre Italia".

Inmediatamente, el conde envió al santo unos mensajeros para pedirle que rogara a Dios que le alargase la vida. El santo le respondió:

"He tratado de vivir de tal manera que no tenga que sentir  miedo al presentarme ante el Divino Juez".

El día de su muerte, San Ambrosio estuvo varias horas acostado con los brazos en cruz, orando constantemente. San Honorato de Vercelli, que se hallaba descansando en otra habitación, oyó una voz que le decía tres veces: "Levántate pronto, que se muere" Inmediatamente bajó y dio el viático a San Ambrosio, quien murió a los pocos momentos.

Era el Viernes Santo, 4 de abril de 397. El santo tenía aproximadamente cincuenta y siete años. Fue sepultado el día de Pascua.

San Ambrosio puede ser nuestro maestro y nuestro guía, pues fue un magnífico exégeta de la Biblia, que tomaba constantemente como objeto de su catequesis. Todas sus obras son una explicación de los Libros inspirados.

Quiero concluir  con las mismas palabras que el Santo escribió a la Iglesia de Vercelli: «Convertíos todos al Señor Jesús. Esté en vosotros la alegría de esta vida con una conciencia sin remordimientos, la aceptación de la muerte con la esperanza de la inmortalidad, la certeza de la resurrección con la gracia de Cristo, la verdad con la sencillez, la fe con la confianza, el desinterés con la santidad, la actividad con la sobriedad, la vida entre los demás con la modestia, la cultura sin vanidad, la sobriedad de una doctrina fiel sin el aturdimiento de la herejía» 


Vos joven, ¿Predicas el Evangelio a tus pares para así llevarlos a Dios? ¿Vivís tu vida de acuerdo a lo que predicas?





Señor mío Jesucristo,
me acerco a tu altar
lleno de temor por mis pecados,
pero también lleno de confianza
porque estoy seguro de tu misericordia.
Tengo conciencia de que mis pecados son muchos
y de que no he sabido dominar mi corazón y mi lengua.
Por eso, Señor de bondad y de poder,
con miserias y temores me acerco a Ti,
fuente de misericordia y de perdón;
vengo a refugiarme en Ti,
que has dado la vida por salvarme,
antes de que llegues como juez a pedirme cuentas.
Señor no me da vergüenza
descubrirte a Ti mis llagas.
Me dan miedo mis pecados,
cuyo número y magnitud sólo Tú conoces;
pero confío en tu infinita misericordia.
Señor mío Jesucristo, Rey eterno,
Dios y hombre verdadero, mírame con amor,
pues quisiste hacerte hombre para morir por nosotros.
Escúchame, pues espero en Ti.
Ten compasión de mis pecados y miserias,
tú que eres fuente inagotable de amor.
Te adoro, Señor,
porque diste tu vida en la Cruz
y te ofreciste en ella como Redentor por todos los hombres
y especialmente por mí.
Adoro Señor, la sangre preciosa
que brotó de tus heridas
y ha purificado al mundo de sus pecados.
Mira, Señor, a este pobre pecador,
creado y redimido por Ti.
Me arrepiento de mis pecados
y propongo corregir sus consecuencias.
Purifícame de todas mis maldades
para que pueda recibir menos indignamente
tu sagrada comunión.
Que tu Cuerpo y tu Sangre
me ayuden, Señor, a obtener de Ti
el perdón de mis pecados
y la satisfacción de mis culpas;
me libren de mis malos pensamientos,
renueven en mí los sentimientos santos,
me impulsen a cumplir tu voluntad
y me protejan en todo peligro
de alma y cuerpo.
Amén.






Autor: David Farina Coordinador del Decanato 2.
Nominamos a: Ceci Torres Coordinadora de la Pj de Virgen del Carmen-Dk5 para el  siguiente #Santoschallenge.





Para que puedas profundizar mas te dejamos la Carta de San Juan Pablo II en el  XVI centenario de la muerte de San Ambrosio.
http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1996/documents/hf_jp-ii_apl_01121996_operosam-diem.html

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