lunes, 27 de abril de 2020

16)San Alfonso

San Alfonso María de Ligorio - Doctor de la Iglesia



Alfonso María de Ligorio nació en 1696 en el seno de una familia napolitana noble y rica. Dotado de notables cualidades intelectuales, con tan sólo 16 años obtuvo el doctorado en derecho civil y canónico. Era el abogado más brillante del foro de Nápoles: durante ocho años ganó todas las causas que defendió.

Su padre, que deseaba hacer de él un brillante político, lo hizo estudiar varios idiomas modernos, aprender música, artes y detalles de la vida caballeresca. Sin embargo, no lo dejaba satisfecho ante el gran peligro que en el mundo existe de ofender a Dios.

 En su alma sedienta de Dios y deseosa de perfección el Señor lo llevó a comprender que lo llamaba a una vocación muy diferente. De hecho, en 1723, indignado por la corrupción y la injusticia que viciaban el ambiente del foro, abandonó su profesión —y con ella la riqueza y el éxito— y decidió hacerse sacerdote, a pesar de la oposición de su padre.


Tuvo excelentes maestros, que lo introdujeron en el estudio de la Sagrada Escritura, de la historia de la Iglesia y de la mística. Adquirió una amplia cultura teológica, que comenzó a dar fruto cuando, algunos años después, emprendió su obra de escritor. Fue ordenado sacerdote en 1726 y se unió, para el ejercicio de su ministerio, a la Congregación diocesana de las Misiones Apostólicas.

Alfonso inició una labor de evangelización y catequesis entre los estratos más bajos de la sociedad napolitana, a la que le gustaba predicar y a la que instruía en las verdades fundamentales de la fe. No pocas de estas personas, pobres y modestas, a las que se dirigía, a menudo se entregaban a los vicios y realizaban acciones criminales. Con paciencia les enseñaba a rezar, animándolas a mejorar su modo de vivir.

Alfonso obtuvo resultados excelentes: en los barrios más miserables de la ciudad se multiplicaban los grupos de personas que, al caer la tarde, se reunían en las casas privadas y en los talleres, para rezar y meditar la Palabra de Dios, bajo la guía de algunos catequistas formados por Alfonso y por otros sacerdotes, que visitaban regularmente a estos grupos de fieles.

Cuando, por deseo expreso del arzobispo de Nápoles, estas reuniones comenzaron a celebrarse en las capillas de la ciudad, tomaron el nombre de «capillas vespertinas». Estas capillas fueron una auténtica fuente de educación moral, de saneamiento social y de ayuda recíproca entre los pobres, con lo cual casi se acabaron los robos, los duelos y la prostitución.

Aunque el contexto social y religioso de la época de San Alfonso era muy distinto del nuestro, las «capillas vespertinas» son un modelo de acción misionera en el que nos podemos inspirar también hoy para una «nueva evangelización», especialmente de los más pobres, y para construir una convivencia humana más justa, fraterna y solidaria. A los sacerdotes se les ha confiado una tarea de ministerio espiritual, mientras que laicos bien formados pueden ser animadores cristianos eficaces, auténtica levadura evangélica en el seno de la sociedad.

Después de pensar en ir a evangelizar a los pueblos paganos, Alfonso, a la edad de 35 años, entró en contacto con los campesinos y los pastores de las regiones interiores del reino de Nápoles y, sorprendido por su ignorancia religiosa y por el estado de abandono en que se hallaban, decidió dejar la capital y dedicarse a estas personas, que eran pobres espiritual y materialmente.

El 9 de noviembre de 1752 fundó, junto con otros sacerdotes, la Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas), y siguiendo el ejemplo de Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el evangelio. Por 30 años, con su equipo de misioneros, el santo recorrió campos, pueblos, ciudades, provincias, permaneciendo en cada sitio 10 o 15 días predicando, para que no quedara ningún grupo sin ser instruido y atendido espiritualmente.



Estimado por su bondad y por su celo pastoral, en  1762 el Papa lo nombró obispo de Santa Agueda. San Alfonso, quien no deseaba asumir el cargo, aceptó con humildad y obediencia, permaneciendo al frente de la diócesis por 13 años donde predicó el Evangelio, formó grupos de misioneros y dio catequecis a los más pequeños y necesitados.

Sus ultimos años fueron llenos de sufrimientos y enfermedades dolorosas; el santo soportó pacientemente todos estos males, rezando siempre por la conversión de los pecadores y por su propia santidad. San Alfonso muere el 1 de agosto de 1787, a la edad de 90 años.

El Papa Pío VI, al recibir la noticia de su muerte, que se produjo en medio de muchos sufrimientos, exclamó:

«¡Era un santo!»

Y no se equivocó: Alfonso fue canonizado en 1839, y en 1871 fue declarado doctor de la Iglesia.

Este título es muy apropiado por muchas razones. Ante todo, porque propuso una rica enseñanza de teología moral, que expresa adecuadamente la doctrina católica, hasta el punto de que fue proclamado por el Papa Pío XII «patrono de todos los confesores y los moralistas».

En su época se había difundido una interpretación muy rigorista de la vida moral, entre otras razones por la mentalidad jansenista que, en vez de alimentar la confianza y esperanza en la misericordia de Dios, fomentaba el miedo y presentaba un rostro de Dios adusto y severo, muy lejano del que nos reveló Jesús.

San Alfonso, sobre todo en su obra principal, titulada Teología moral, propone una síntesis equilibrada y convincente entre las exigencias de la ley de Dios, esculpida en nuestros corazones, revelada plenamente por Cristo e interpretada con autoridad por la Iglesia, y los dinamismos de la conciencia y de la libertad del hombre, que precisamente en la adhesión a la verdad y al bien permiten la maduración y la realización de la persona.

A los pastores de almas y a los confesores Alfonso recomendaba ser fieles a la doctrina moral católica, asumiendo al mismo tiempo una actitud caritativa, comprensiva, dulce, para que los penitentes se sintieran acompañados, sostenidos y animados en su camino de fe y de vida cristiana.

San Alfonso nunca se cansaba de repetir que los sacerdotes son un signo visible de la infinita misericordia de Dios, que perdona e ilumina la mente y el corazón del pecador para que se convierta y cambie de vida. En nuestra época, en la que son claros los signos de pérdida de la conciencia moral y —es preciso reconocerlo— de cierta falta de estima hacia el sacramento de la Confesión, la enseñanza de San Alfonso sigue siendo de gran actualidad.

San Alfonso compuso muchos otros escritos, destinados a la formación religiosa del pueblo. El estilo es sencillo y agradable. Las obras de san Alfonso, leídas y traducidas a numerosas lenguas, han contribuido a plasmar la espiritualidad popular de los últimos dos siglos.



Algunas de ellas son textos que se leen con gran provecho también hoy, como Las máximas eternas, Las glorias de María, La práctica de amar a Jesucristo, obra —esta última— que representa la síntesis de su pensamiento y su obra maestra. Insiste mucho en la necesidad de la oración, que permite abrirse a la Gracia divina para cumplir diariamente la voluntad de Dios y conseguir la propia santificación.

 Con respecto a la oración escribe:

«Dios no niega a nadie la gracia de la oración, con la que se obtiene la ayuda para vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, replico y replicaré siempre, mientras viva, que toda nuestra salvación está en el rezar»

De aquí su famoso axioma:

«Quien reza se salva»

Entre las formas de oración aconsejadas encarecidamente por San Alfonso destaca la visita al Santísimo Sacramento o, como diríamos hoy, la adoración, breve o prolongada, personal o comunitaria, ante la Eucaristía.

«Ciertamente —escribe Alfonso— entre todas las devociones esta de adorar a Jesús sacramentado es la primera después de los sacramentos, la más querida por Dios y la más útil para nosotros... ¡Oh, qué gran delicia estar ante un altar con fe... y presentarle nuestras necesidades, como hace un amigo a otro con el que se tiene total confianza!».

La espiritualidad alfonsiana es, de hecho, eminentemente cristológica, centrada en Cristo y en su Evangelio. La meditación del misterio de la Encarnación y de la Pasión del Señor son frecuentemente objeto de su predicación, pues en estos acontecimientos se ofrece «abundantemente» la Redención a todos los hombres.

 Y precisamente porque es cristológica, la piedad alfonsiana es también exquisitamente mariana. Muy devoto de María, Alfonso ilustra su papel en la historia de la salvación: asociada a la Redención y Mediadora de gracia, Madre, Abogada y Reina. Además, San Alfonso afirma que la devoción a María nos confortará grandemente en el momento de nuestra muerte. 



Estaba convencido de que la meditación sobre nuestro destino eterno, sobre nuestra llamada a participar para siempre en la felicidad de Dios, así como sobre la trágica posibilidad de la condenación, contribuye a vivir con serenidad y compromiso, y a afrontar la realidad de la muerte conservando siempre la confianza en la bondad de Dios.

San Alfonso María de Ligorio es un ejemplo de pastor celoso, que conquistó las almas predicando el Evangelio y administrando los sacramentos, combinado con un modo de actuar basado en una bondad humilde y suave, que nacía de la intensa relación con Dios, que es la Bondad infinita. 

Tuvo una visión optimista, pero realista, de los recursos de bien que el Señor da a cada hombre y concedió importancia a los afectos y a los sentimientos del corazón, además de la mente, para poder amar a Dios y al prójimo.

Demos gracias al Señor porque, con su Providencia, suscita santos y doctores en lugares y tiempos diversos, que hablan el mismo lenguaje para invitarnos a crecer en la fe y a vivir con amor y con alegría nuestra vida cristiana en las sencillas acciones de cada día, para caminar por la senda de la santidad, por la senda que lleva a Dios y a la verdadera alegría.

A ejemplo de San Alfonso María de Ligorio recorramos con alegría nuestro camino de conversión y santidad, y pidamos al Señor que suscite en nuestro tiempo santos y doctores que sepan proponer a todos de una manera sencilla e incisiva el mensaje de Cristo y la belleza de su vida. Amén.

Te dejamos escritos importantes de San Alfonso, que deben ser leídos por todo católico para ahondar en los misterios de nuestra fe:

Práctica de amor a Jesucristo
Las Glorias de María
Preparación para la muerte



Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombre estás noche y día en este sacramento, lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte: creo que estás presente en el sacramento del altar. Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las mercedes que me has hecho, y especialmente por haberte dado tu mismo en este sacramento, por haberme concedido por mi abogada a tu amantísima Madre y haberme llamado a visitarte en este iglesia.

Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de gracias por este insigne beneficio; en segundo lugar, para resarcirte de todas las injurias que recibes de tus enemigos en este sacramento; y finalmente, deseando adorarte con esta visita en todos los lugares de la tierra donde estás sacramentado con menos culto y abandono.

Amén



Autor: Rubén Denis - Coordinador de la PJ de San Alfonso - Dk 4
Nominamos a: Vanina Fernández - Coordinadora de la PJ del Dk7 para el siguiente #SANTOSCHALLENGE








Imágenes extraídas de ACIPRENSA

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