martes, 28 de abril de 2020

17) San Luis de Montfort


San Luis María Grignion de Monfort


San Luis María Grignion de Montfort, también conocido como el Padre de Montfort, fue un sacerdote misionero, teólogo y escritor francés. Su papel teológico ha influenciado especialmente en el desarrollo de la doctrina mariológica contemporánea.

Maestro de la espiritualidad mariana, autor de textos dedicados a la Virgen halló refugio en su maternal regazo ante las numerosas pruebas que sufrió.

El santo fundó una de las comunidades religiosas que han hecho grandes obras por la conversión de las almas: los Padres Monfortianos, a cuya comunidad le puso por nombre "Compañía de María", y las Hermanas de la Sabiduría.

San Luis además escribió uno de los libros que junto con "Las Glorias de María" de San Alfonso, ha llegado a ser uno de los libros más famosos que se han escrito acerca de la devoción a la Virgen María: el "Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María", obra que se ha propagado por todo el mundo con enorme provecho para sus lectores. 

Incluso el Papa San Juan Pablo II se reconoció seguidor de San Luis María Grignon de Montfort al adoptar como lema episcopal:

"Totus tuus"
(Soy todo tuyo oh María, y todo cuanto tengo, tuyo es)

Fórmula de consagración a María del fundador francés y uno de sus lemas marianos que repetía mucho nuestro Papa.


El infante de Montfort

Luis María nació el 31 de enero de 1673 en Montfort-la-Cane, que es la hoy llamada Montfort-sur-Meu, cerca de Rennes, en la Bretaña francesa. Sus padres fueron Jean-Baptiste Grignion, un abogado que trabajaba en el tribunal de Montfort, y Jeanne Robert.

Era el mayor de dieciocho hermanos. Entre ellos hubo tres sacerdotes y tres religiosas; otro falleció en la infancia. Aunque de fuerte complexión y fortaleza física, gran habilidad, así como cualidades para el arte (dibujo y pintura) y la literatura –todo lo cual merecía el respeto de sus amigos–, Luís era tímido; le agradaba la soledad.

Fue bautizado al segundo día de nacido, con el nombre de Luis; su segundo nombre lo tomará ya adulto en honor a la Virgen María.

A los pocos meses de nacido lo confiaron al cuidado de una nodriza, “la madre Andrea” que es probablemente la campesina que está al cuidado de todos los pequeños hijos de los Señores Grignon. Luego de 2 años y medio, la madre Andrea devuelve al señor Grignion, un chico robusto, bronceado que balbucea las primeras palabras.

Con una formación cristiana sólida hacen en Montfort que su fe sea “firme, sólida e inmutable”. Desde su infancia le agrada hablar de Dios, aprende pues a orar con una rectitud de intención que lo lleva a buscar para ello el silencio y el recogimiento. Se retira a un rinconcito de la ruidosa casa o se arrodilla, rosario en mano ante una imagen de Nuestra Señora.

El despertar precoz del sentimiento religioso tiene su repercusión en sus hermanos especialmente en Guyonne Jeanne a quien llaman “Luisa” niña de tres o cuatro años quien escucha a Luis de manera atenta. La relación con su hermanita le hace salir de sí mismo, por ella el joven Luis busca palabras que la conquistarán:

“Serás muy hermosa y todos te querrán, si amas a Jesucristo”

La amistad de estos dos será un capítulo importante de su infancia, la niña será dentro del círculo familiar la confidente predilecta. El corazón de Luis bulle con intensos sentimientos, y los padres en especial la madre, han podido percibirlo en algún gesto que pone de manifiesto la ternura del niño y el dolor que siente por el sufrimiento de los demás.

A la edad de 12 años, ya la gente lo veía pasar largos ratos arrodillado ante la estatua de la Madre de Dios. Antes de ir al colegio por la mañana y al salir de clase por la tarde, iba a arrodillarse ante la imagen de Nuestra Señora y allí se quedaba como extasiado. Cuando salía del templo después de haber estado rezando a la Reina Celestial, sus ojos le brillaban con un fulgor especial.

Cuando fue enviado como estudiante al colegio jesuita en Rennes, nunca dejó de visitar la iglesia antes y después de clases. Para esto pidió permiso para asistir en la misa de la parroquia en la mañanas. Como la Iglesia le quedaba a dos millas de su casa, tenía que levantarse muy temprano para llegar a tiempo.

Luis no se contentaba con rezar. Su caridad era muy práctica. Un día al ver que uno de sus compañeros asistía a clase con unos harapos muy humillantes, hizo una colecta entre sus compañeros para conseguirle un vestido y se fue donde el sastre y le dijo:

"Mire, señor: los alumnos hemos reunido un dinero para comprarle un vestido de paño a nuestro compañero, pero no nos alcanza para el costo total. ¿Quiere usted completar lo que falta?"

El sastre aceptó y le hizo un hermoso traje al joven pobre.

Los albores de su juventud, práctica incesante de virtudes.

Se unió a una sociedad de jóvenes que durante las vacaciones ejercía su ministerio entre los pobres y los incurables en los hospitales y les leían libros edificantes durante sus comidas.

Pero no todo en su juventud era color de rosas. Su padre tenía la fama de ser uno de los hombres más coléricos en toda la región. Y como Luis era el hijo mayor, era quien sentía más el peso de la furia. Su papá constantemente lo incitaba a la ira. Ya por si mismo Luis tenía un temperamento tan fuerte como el de su papá, lo cual le hacía aun mas difícil soportar aquellas pruebas.

Para evitar un enfrentamiento con su papá, y el mal que su ira podría traer, Luis salía corriendo. Así evitaba la ocasión de pecado. Era todo lo que Luis podía hacer para controlar su temperamento.

En vez de empeorar, a través de estas demostraciones de ira de su papá, Luis aprendió a morirse a sí mismo y pudo aprender a ser paciente, dulce y crecer en virtud. Su papá, sin quererlo le proporcionó un medio para entrar en la lucha por la santidad a una temprana edad.

Los psicólogos dicen que si Montfort no hubiera sido tan extraordinariamente devoto de la Virgen María, habría sido un hombre colérico, déspota y arrogante porque era el temperamento que había heredado de su propio padre.

Pero nada suaviza tanto la aspereza masculina como la bondad y la amabilidad de una mujer santa. Y esto fue lo que salvó el temperamento de Luis. Cuando su padre estallaba en arrebatos de mal humor, el joven se refugiaba en sitios solitarios y allí rezaba a la Virgen amable, a la Madre del Señor.



Y esto lo hará durante toda su vida cuando sea incomprendido, perseguido, insultado con el mayor desprecio, encontrará siempre la paz orando a la Reina Celestial, confiando en su auxilio poderoso y desahogando en su corazón de Madre, las penas que invaden su corazón de hijo.

Entre los 16 y 18 años, San Luis tuvo una experiencia de Dios que marcó su vida para siempre. Ante este encuentro personal e íntimo con Dios, la vida de Luis cambió radicalmente. Se entregó totalmente a la oración y a la penitencia, encontrando su delicia tan solo en Dios. San Luis aprendió rápidamente que lo que verdaderamente valía no eran los grandes acontecimientos en este mundo: el dinero, la fama, etc. Sino que el verdadero valor ante Dios estaba en la transformación interior.

Camino al Orden Sagrado

En 1693, a los 20 años, sintió el llamado de consagrar su vida a Dios a través del Sacerdocio. La primera reacción de su padre no fue favorable, pero cuando su padre vio la determinación de su hijo, le dio su bendición. Y así, a finales de ese año, San Luis salió de su casa hacia París.

Renunciando a la comodidad de su caballo, San Luis se decidió caminar los 300 kilómetros hacia el seminario en París. Durante su camino, se encuentra con dos pobres en distintos momentos. Al primero le da todo el dinero que su padre le había entregado, quedándose con nada. Al segundo, no teniendo ya mas dinero que darle, le entrega su único traje, regalo de su mama, cambiándolo por los trapos del pobre. De esta manera, San Luis marca lo que ha de ser su vida desde ese momento en adelante. Ya no se limitará a servir a los pobres, pues es ya uno de ellos. Hace entonces un voto de vivir de limosnas.

En aquella época habían seminarios separados para ricos y pobres. Cuando llega San Luis al seminario, viéndolo en tan miserable condición, los superiores lo mandan al seminario de los pobres. Así se privó de la ventajas ofrecidas en el mejor seminario. En el seminario, San Luis fue bibliotecario y velador de muertos, dos oficios que eran poco queridos por los demás. Mas en el plan providente de Dios le proporcionaron oportunidades de mucha gracia y crecimiento.

Por su oficio de bibliotecario, San Luis pudo leer muchos libros, sobre todo, libros de la Virgen María. Todos los libros que encontraba de ella, los leía y estudiaba con gran celo. Este período llegó a ser para él, la fundación de toda su espiritualidad Mariana. Sobresalió como un seminarista totalmente mariano. Sentía enorme gozo en mantener siempre adornado de flores el altar de la Santísima Virgen.

El oficio de velar a los muertos fue también de gran provecho. Era su responsabilidad pasar toda la noche junto con algún muerto. Ante la realidad de la muerte que estaba constantemente ante sus ojos, San Luis aprendió a despreciar todo lo de este mundo como vano y temporal. Esto lo llevó a atesorar tesoros en el cielo y no en la tierra. El llegó a reconocer que nada se debe esperar de lo que es de este mundo más todo de Dios.

Su tiempo en el seminario estuvo lleno de grandes pruebas. San Luis era poco comprendido por los demás. No sabían como lidiar con el, si como un santo o un fanático. Sus superiores, pensando que toda su vida estaba movida mas bien por el orgullo que por el celo de Dios, lo mortificaban día y noche. Lo humillaban y lo insultaban en frente de todos. Sus compañeros en el seminario, viendo la actitud de los superiores, también lo maltrataban mucho. Se reían de el, lo rechazaban muy a menudo. Y todo esto San Luis lo recibió con gran paciencia y docilidad. Es mas, lo miraba todo como un gran regalo de Cristo quién le había dado a participar de Su Cruz.

Luis Grignon de Montfort será un gran peregrino durante su vida de sacerdote. Pero cuando él era seminarista concedían un viaje especial a un Santuario de la Virgen a los que sobresalieran en piedad y estudio. Y Luis se ganó ese premio. Se fue en peregrinación al Santuario de la Virgen en Chartres. Y al llegar allí permaneció ocho horas seguidas rezando de rodillas, sin moverse. ¿Cómo podía pasar tanto tiempo rezando así de inmóvil? Es que él no iba como algunos de nosotros a rezar como un mendigo que pide que se le atienda rapidito para poder alejarse. El iba a charlas con sus dos grandes amigos, Jesús y María. Y con ellos las horas parecen minutos.

Un sacerdocio entregado a la Santísima Virgen

El 5 de junio de 1700, San Luis, de 27 años, fue ordenado sacerdote. Escogió como lema de su vida sacerdotal: "ser esclavo de María". Su primera Misa quiso celebrarla en un altar de la Virgen, y durante muchos años la Catedral de Nuestra Señora de París fue su templo preferido y su refugio.

Enseguida empezaron a surgir grandes cruces en su vida. Pero no se detenía a pensar en si mismo sino que su gran sueño era llegar a ser misionero y llevar la Palabra de Cristo a lugares muy distantes.

Después de su ordenación, sus superiores no sabían aun como tratar con él. San Luis estaba ansioso de poder empezar su obras apostólicas. Sin embargo sus superiores le negaron sus facultades de ejercer como sacerdote, no podía confesar ni predicar, y lo mantuvieron un largo rato en el seminario haciendo varios oficios menores. Esto fue un gran dolor para San Luis, no por los trabajos humildes sino por no poder ejercer su sacerdocio. Tenía como único deseo dar gloria a Dios en su sacerdocio y en sus obras misioneras. Mas como siempre, San Luis obedeció con amor.

Después de casi un año en el seminario, por fin San Luis se encontró con un sacerdote organizador de una compañía de sacerdotes misioneros, que le invitó a acompañarlo en otro pueblo. Sus superiores, aprovechando esta oportunidad para salir de el, le dieron permiso. A San Luis le esperaba otra gran decepción pues cuando llegó a la casa de los padres misioneros, vio tan grandes abusos y mediocridad entre ellos que no le quedaba duda de que no podía quedarse. Escribió inmediatamente a su superior del seminario pidiendo regresar a París pero este le dijo que estaba siendo malagradecido y le hizo quedarse. San Luis, que obedecía santamente a sus superiores, se quedó. Aun no le daban permiso para confesar y pasaba los días enseñándole catecismo a los niños. 


Después de varios meses en que se encuentra relegado, San Luis es asignado capellán del hospital de Poitiers, un asilo para los pobres y marginados. No era el apostolado que San Luis buscaba, pues su deseo era ser misionero, pero aceptó con docilidad. Cuando ya percibía los frutos llegó la prueba otra vez. Los poderosos del mundo no podían aceptar la simplicidad y naturalidad que tenía San Luis con los pobres y empezaron los ataques y la persecución. Vive, como todos los santos, el sufrimiento de Cristo.

De vuelta en París, el predilecto de la Virgen Santísima empieza a ver como las puertas se le cerraban con rapidez. Muchos, no entendiéndolo, crean falsos testimonios de el, desacreditándolo como sacerdote y como hombre. Es rechazado hasta por sus amigos mas íntimos. Fue tanto el rechazo contra el, que en uno de los hospitales en que servía, su superior le puso una nota bajo su plato a la hora de la cena informándole que ya no necesitaba de su ministerio. Hasta su propio obispo empieza a dudar seriamente de el y dos veces lo manda a callar.

San Luis, aunque sufrió enormemente, se mantuvo firme en su fe actuando como un santo sacerdote. Dios lo estaba purificando y fortaleciendo para que su vida sea un amor puro a Dios y al prójimo. En su total humillación y abandono de todos se abre cada vez mas a la total conciencia de que Dios es su único apoyo, su única defensa. El ve en esto una nueva oportunidad de abrazar su determinación de vivir en plena pobreza, tanto espiritual como física. También llega a entender que la razón de los ataques es la doctrina Mariana que enseña. Primero porque Satanás no la quiere y segundo porque la humanidad no esta dispuesta a abrazar sus enseñanzas, porque enseña un camino muy claro y exigente que no permite ambigüedades ni medias tintas. El amor lo reclama todo. 

Fueron años de incertidumbre y soledad, de muchos recelos acumulados tras de sí a su pesar, de ver cómo se cerraban puertas que había ido abriendo. No sabía a quién acudir, hasta que en 1706 tomó la decisión de viajar a Roma.

Fue con la esperanza de que el Santo Padre marcase el rumbo que debía seguir. Y Clemente XI en el transcurso de una audiencia ratificó la labor que había venido realizando, encomendándole la evangelización de las campiñas de Francia en comunión con los obispos. Partió de allí con el título de «misionero apostólico» que el pontífice le confirió. 

Durante su vida apostólica como misionero, San Luis llegará a hacer 200 misiones y retiros. Con gran celo predicaba de pueblo en pueblo el Evangelio. Su lenguaje era sencillo pero lleno de fuego y amor a Dios. Sus misiones se caracterizaban por la presencia de María, ya que siempre promovía el rezo del santo rosario, hacía procesiones y cánticos a la Virgen. Sus exhortaciones movían a los pobres a renovar sus corazones y, poco a poco, volver a Dios, a los sacramentos y al amor a Cristo Crucificado. San Luis siempre decía que sus mejores amigos eran los pobres, ante quienes abría de par en par su corazón.

Grandes multitudes lo seguían de un pueblo a otro, después de cada misión, rezando y cantando. Se daba cuenta de que el canto echa fuera muchos malos humores y enciende el fervor. Decía que una misión sin canto era como un cuerpo sin alma. El mismo componía la letra de muchas canciones a Nuestro Señor y a la Virgen María y hacía cantar a las multitudes. Llegaba a los sitios más impensados y preguntaba a las gentes:

"¿Aman a Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más? ¿Ofenden al buen Dios? ¿Y porqué ofenderlo si es tan santo?"

Era todo fuego para predicar. Donde Montfort llegaba, el pecado tenía que salir corriendo. Pero no era él quien conseguía las conversiones. Era la Virgen María a quien invocaba constantemente. Ella rogaba a Jesús y Jesús cambiaba los corazones. Después de unos Retiros dejó escrito:

"Ha nacido en mí una confianza sin límites en Nuestro Señor y en su Madre Santísima"


No tenía miedo ni a las cantinas, ni a los sitios de juego, ni a los lugares de perdición. Allí se iba resuelto a tratar de quitarse almas al diablo. Y viajaba confiado porque no iba nunca solo. Consigo llevaba el crucifijo y la imagen de la Virgen, y Jesús y María se comportaban con él como formidables defensores.

En cada pueblo o vereda donde predicaba procuraba dejar una cruz, construida en sitio que fuera visible para los caminantes y dejaba en todos un gran amor por los sacramentos y por el rezo del Santo Rosario.

Esto no se lo perdonaban los herejes jansenistas que decían que no había que recibir casi nunca los sacramentos porque no somos dignos de recibirlos. Y con esta teoría tan dañosa enfriaban mucho la fe y la devoción. Y como Luis Montfort decía todo lo contrario y se esforzaba por propagar la frecuente confesión y comunión y una gran devoción a Nuestra Señora, lo perseguían por todas partes. Pero él recordaba muy bien aquellas frases de Jesús:

"El discípulo no es más que su maestro. Si a Mí me han perseguido y me han inventado tantas cosas, así os tratarán a vosotros"

Y nuestro santo se alegraba porque con las persecuciones se hacía más semejante al Divino Maestro.

Antes de ir a regiones peligrosas o a sitios donde mucho se pecaba, rezaba con fervor a la Stma. Virgen, y adelanta que

"donde la Madre de Dios llega, no hay diablo que se resista"

Las personas que habían sido víctimas de la perdición se quedaban admiradas de la manera tan franca como les hablaba este hombre de Dios. Y la Virgen María se encargaba de conseguir la eficacia para sus predicaciones.

Los ejemplos siguientes ilustrarán su éxito. Una vez dio un retiro a los soldados de la guarnición de La Rochela y, conmovidos por sus palabras, los hombres lloraron y clamaron por el perdón de sus pecados. En la procesión final de su misión, un oficial caminó al frente, descalzo y cargando un estandarte y los soldados, descalzos también, lo siguieron cargando en una mano un crucifijo, en la otra un rosario y entonando himnos.

La extraordinaria influencia de Grignion fue especialmente aparente en el asunto del calvario en Pontchateau. Cuando anunció su determinación de construir un calvario monumental en una colina vecina, la idea fue recibida con entusiasmo por los habitantes.

Durante quince meses entre dos y cuatro mil campesinos trabajaron diariamente sin esperar recompensa y, habiendo completado la tarea, el rey ordenó que todo fuera demolido y la tierra regresada a su condición original.

Los jansenistas habían convencido al gobernador de Bretaña que una fortaleza capaz de ayudar a las personas en una revuelta estaba siendo levantada y así, durante varios meses quinientos campesinos cuidados por una compañía de soldados fueron forzados a llevar a cabo la destrucción.

El padre de Montfort no se exaltó al recibir las humillantes noticias y exclamó únicamente: 

“¡Alabado sea Dios!”

Esta no fue la única de muchas pruebas por las que tuvo que pasar Grignion. A menudo sucedía que los jansenistas, irritados por su éxito, se aseguraban mediante intrigas, de su expulsión del distrito en el que estuviese misionando.

En La Rochela algunos malvados envenenaron su sopa y, a pesar del antídoto que tomó, su salud resultó minada. En otra ocasión, algunos malhechores se escondieron en un callejón con la intención de asesinarlo, pero tuvo un presentimiento de peligro y escapó yendo por otra calle.

Durante diecisiete años predicó el Evangelio en innumerables pueblos y villas. Como orador estaba enormemente dotado, siendo su lenguaje sencillo pero lleno de fuego y divino amor. Su vida entera fue notable por virtudes difíciles de comprender por la moderna degeneración: oración constante, amor por los pobres, pobreza llevada a límites inimaginables, alegría en las humillaciones y persecuciones.


En el ocaso de su vida, da inicio a su obra misionera y redentora

Un año antes de su muerte, el Padre Montfort fundó dos congregaciones: "Las hermanas de la Sabiduría", dedicadas al trabajo de hospital y la instrucción de niñas pobres, y la "Compañía de María", misioneros.

Hacía años que soñaba con estas fundaciones pero las circunstancias no le permitían. Humanamente hablando, en su lecho de muerte la obra parecía haber fracasado. Solo habían cuatro hermanas y dos sacerdotes con unos pocos hermanos. Pero el Padre Montfort, quien tenía el don de profecía, sabía que el árbol crecería.



Al comienzo del siglo XX las Hermanas de la Sabiduría eran cinco mil con cuarenta y cuatro casas, dando instrucción a 60,000 niños.

Después de la muerte del fundador, la Compañía de María fue gobernada durante 39 años por el Padre Mulot.

Al principio había rehusado unirse a Montfort en su trabajo misionero.

"No puedo ser misionero", decía, "porque tengo un lado paralizado desde hace años; tengo infección de los pulmones que a penas me permite respirar, y estoy tan enfermo que no descanso día y noche." 

Pero San Luis, inspirado por Dios, le contestó

"En cuanto comiences a predicar serás completamente sanado"

Y así ocurrió.

Su insigne legado

San Luis falleció el 28 de abril de 1716, a la edad de 43 años a consecuencia de una repentina pulmonía.

Fue beatificado en 1888 por Leon XIII y canonizado el 20 de Julio de 1947 por Pio XII.

"A quien Dios quiere hacer muy Santo, lo hace muy devoto de la Santísima Virgen"

Nos decía San Luis en sus escritos, con esto además de llevarnos a una mayor devoción a la Virgen Santa, profetizaba para sí, lo que el sería luego.

Es venerado como sacerdote, misionero, fundador y sobre todo, como Esclavo de la Virgen María.

Sobre la tumba de San Luis de Montfort dice:

¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada,
un hombre a quien el fuego del amor consumió,
y que se hizo todo para todos, Luis María Grignion Monfort.

¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más íntegra,
¿Su penitencia indagas? Ninguna más austera.
¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente.
¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.

Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó en sus palabras. Infatigable, tan sólo en el sepulcro descansó, fue padre de los pobres, defensor de los huérfanos,
y reconciliador de los pecadores.

Su gloriosa muerte fue semejante a su vida. Como vivió, murió.

Toda la vida de San Luis fue centrada sobre un deseo: La adquisición de la Sabiduría Eterna que es Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María.

Optó por una condición radical de vida formulada como "La santa esclavitud" o la esclavitud voluntaria de amor a la Virgen Santísima para llevarnos a la de Cristo. A ella le entregamos cuerpo y alma para que haga con nosotros lo que quiera pues todo lo que ella quiere es de Dios. La Virgen, Madre de Cristo, pasa a ser la que dispone de nosotros.

Enseña que el alma abandonada en las manos de la Madre es unida a la obediencia del Hijo. Esta entrega es total cuando el alma se separa de todo apego terrenal y así es reengendrada en el seno de María donde se encarnó Jesús.  Llega a ser así perfecta imagen de Dios.

San Luis no ve en María una simple devoción piadosa y sentimental, sino una devoción fundada en teología sólida, la cual proviene del misterio inefable de lo que Dios ha optado realizar por su mediación y por su perfecta docilidad a esa obra. Esto es muy importante, ya que es este desarrollo lo que ha hecho posible la revolución teológica que causó San Luis de Montfort.

San Luis dio a la Iglesia las obras mas grandes que se han escrito sobre la Virgen Santísima: El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, el Secreto de la Virgen; y El Secreto del Rosario. A estos se añade "A los Amigos de la Cruz".

La Iglesia ha reconocido sus libros como expresión auténtica de la doctrina eclesial. El Papa Pío XII, quién canonizó a San Luis dijo:

"Son libros de enseñanza ardiente, sólida y autentica."




Gran apóstol y amante de nuestra Señora, San Luis de Montfort, 
cuyo deseo es incendiar el mundo con el amor a Jesús a través de María, 
te pedimos nos obtengas 
una devoción a María que sea perseverante y perfecta, 
y a participar de la fe, esperanza y caridad de María, 
y recibir el favor que te pedimos nos alcances.


(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
San Luis de Montfort, ruega por nosotros (3 veces)




Autor: Vanina Fernández - Coordinadora de la PJ del Decanato 7
Nominamos a: Isaias Vargas, Representante de la PJ Virgen del Carmen-Dk6para el siguiente #SANTOSCHALLENGE








Imágenes extraídas de Aciprensa

No hay comentarios:

Publicar un comentario