jueves, 30 de abril de 2020

19) San Pío V


San Pio V, Papa

Santo Papa, profeta, inquisidor protector de la Santa Misa.





Lema de pontificado:

"Utinam dirigantur viæ meæ ad custodiendas justificationes tuas"

(Oh, para que mis caminos se dirijan a guardar tus justificaciones)


Miguel Ghislieri nació en 1504, en Bosco, en la diócesis de Tortona y tomó el hábito de Santo Domingo a los catorce años, en el convento de Voghera. Fue profesor de filosofía y teología; ejerció los cargos de maestro de novicios y superior de varios conventos. En 1556, fue elegido obispo de Nepi y Sutri y al año siguiente, fue nombrado inquisidor general y cardenal.

Como él lo hacía notar, con cierta ironía, esos cargos eran como grillos con que la Iglesia le ataba los pies para impedirle volver a la paz del claustro. Recorría a pie los pueblos alertando a los fieles de los errores de los evangélicos y luteranos; y oponiéndose fuertemente a todos los que querían atacar nuestra religión. Muchas veces lo quisieron matar, pero él siguió anunciando la verdad.

El Papa heredero de Trento.

El cardenal Ghislieri; fue elegido Papa a los 62 años de edad, sucediendo al Papa Pío IV. Gracias a los esfuerzos de San Carlos de Borromeo, quien apreciaba sinceramente al recto dominico y veía en él; al hombre capaz de llevar adelante con mano firme la reforma tridentina. Tomó el nombre de Pío V en homenaje a su predecesor. Desde el primer momento de su pontificado, puso de manifiesto que estaba decidido a aplicar no sólo la letra, sino también el espíritu del Concilio de Trento.

San Pío V dio inmediatas muestras de su voluntad, poniendo en práctica el nuevo espíritu de auténtica reforma de la Iglesia. En ese entonces, se acostumbraba que al posesionarse del cargo un nuevo Pontífice, se diera un gran banquete a los embajadores y a los jefes políticos y militares de Roma. San Pio V ordenó que todo lo que se iba a gastar en ese banquete se empleara en darles ayudas a los pobres y en llevar remedios para los enfermos más necesitados de los hospitales.

Uno de los primeros decretos del nuevo Pontífice fue, para que los obispos residiesen en sus diócesis y los párrocos en sus parroquias, con pena de severos castigos. San Pío V se ocupó con el mismo celo de purificar la curia; de promulgar leyes contra la prostitución, que de prohibir las corridas de toros. 



Las penas que decretó San Pío V contra las violaciones del orden moral eran tan severas, que sus enemigos le acusaron de que quería convertir a Roma en un monasterio.

Durante su pontificado, se terminó el catecismo que el Concilio de Trento había mandado redactar y el santo Pontífice mandó traducirlo inmediatamente a varias lenguas. Igualmente impuso a los párrocos la obligación de impartir instrucción religiosa a los niños y jóvenes. Aunque San Pío V era más bien conservador, se adelantó a la mayoría de sus contemporáneos en la importancia que atribuía a la instrucción en el caso del bautismo de los adultos.

El Breviario y Misal Romanos

El nuevo Breviario fue publicado en 1568, contiene el rezo litúrgico de todo el año; en él se omitían las fiestas y extravagantes leyendas de algunos santos; y se daba su verdadero lugar a las lecciones de la Sagrada Escritura, con esto reafirma la uniformidad de la Oración Canónica.

El nuevo Misal, que apareció dos años más tarde, restableció muchas costumbres antiguas y adaptó la vida litúrgica a las necesidades de la época. A San Pío V debió la Iglesia la mejor edición que se había hecho hasta entonces de las obras de Santo Tomás de Aquino, quien fue titulado Doctor de la Iglesia por el mismo Papa.

Bula Quo Primum Tempore

San Pío V codificó la misa para lograr la unidad católica tan necesaria en ese momento y dado que esa nota distintiva del catolicismo es y siempre ha sido de capital importancia, decretó con toda la fuerza de su investidura Pontificia esta la Bula "Quo Primum Tempore", que es un documento Pontificio de gran valor para la defensa de los valores del Tradicionalismo, indica sobre el uso a Perpetuidad de la Misa Tridentina.

El Canon de la Misa que permanece hasta el día de hoy en la verdadera Iglesia Católica es el mismo que celebraban los santos Padres de la Iglesia, los Mártires, los Doctores, los Cruzados, los Misioneros, por ese motivo se le llama La Misa de Siempre. Fue necesario restaurar la Santa Misa a su rito Prístino (original o primero) de los Primeros Padres; tarea santamente asumida por los Papas Pablo IV y San Pío V, con la ayuda de eminentísimos sabios católicos del Concilio de Trento, quienes, tras una gran labor de investigación histórica, verificación y revisión teológica, la presentaron purificada de todo error y alteración sufrida con el tiempo. 

Este rito, definido por San Pío V como el PRÍSTINO (primero u original de la misa) fue proclamado solemnemente en la Bula Quo Primum Tempore y codificado a perpetuidad, como el Rito del Misal Romano que debería ser celebrado en todo el orbe cristiano, sin cambios en su parte esencial o Canon, hasta la consumación de los siglos.

Testimonio de Santidad

San Pío V, parecía un verdadero monje en su modo de vivir, de rezar y de mortificarse. Tenía tres devociones preferidas La Eucaristía (celebraba la Misa con gran fervor y pasaba largos ratos de rodillas ante el Santo Sacramento); el Santo Rosario, que recomendaba a todos los que podía y la Santísima Virgen por la cual sentía una gran devoción y mucha confianza y de quién obtuvo maravillosos favores. El pueblo le profesaba especial veneración por su santidad. Ayunaba en el adviento y durante la cuaresma, aun en sus últimos años de vida, a pesar de sus achaques.Su oración era tan fervorosa, que el pueblo aseguraba que obtenía cuanto pidiese a Dios.



Frecuentemente visitaba los hospitales y asistía personalmente a los enfermos. En su caridad visitó hospitales y se sentaba al lado de la cama del enfermo, consolándoles y preparándolos para morir. Lavó los pies de los pobres y abrazó a los leprosos. San Pío V convirtió a un inglés, simplemente con la santidad y dignidad que trashumaban de él.

Protector de la Iglesia

Los dos grandes problemas de su pontificado fueron la divulgación del protestantismo y las invasiones de los turcos. Contra ambas amenazas trabajó incansablemente; dio nuevo impulso a la Inquisición, que conviene no confundir con otros tribunales nacionales que bajo el mismo nombre actuaban más como instrumentos al servicio del Estado que como instituciones espirituales (por ejemplo: las inquisiciones española, portuguesa y véneta) en un tiempo en el que la unidad de la fe era la mayor garantía de la unidad social y política. Consistía en una comisión permanente de cardenales y prelados bajo la directa dependencia del Papa que tenía por objeto mantener y defender la integridad de la fe católica contra los errores, herejías y falsas doctrinas.

Batalla de Lepanto

En 1571 la cristiandad era amenazada por los turcos (musulmanes). La amenaza se cernía una vez más sobre toda Europa. Los turcos se preparaban para dominarla y acabar con el cristianismo. Ellos salían de Turquía, matando a las poblaciones católicas y anunciando que la Basílica de San Pedro sería el establo para sus caballos.

La situación para los cristianos era desesperada. Italia se encontraba desolada por una hambruna, el arsenal de Venecia estaba devastado por un incendio. Aprovechando esa situación los turcos invadieron a Chipre con un formidable ejército. Los defensores de Chipre fueron sometidos a las más crueles torturas.

El Papa Pio V, buscó la ayuda de líderes europeos y organizó una gran escuadra naval. Antes del inicio de los combates, él pidió que todos los combatientes fuesen a la batalla habiendo hecho antes la confesión y comulgado en la Misa. Además, como el Papa Pío V era miembro de la Orden de Santo Domingo, y consciente del poder de la devoción al Rosario, pidió a toda la Cristiandad que lo rezara y que hiciera ayuno, suplicándole a la Santísima Virgen su auxilio ante aquel peligro.

La superioridad del ejército musulmán era evidente y ellos surgieron delante del ejército católico en un golfo, situado cerca de Grecia cuyo nombre era Lepanto. Esta superioridad, no intimidó a los combatientes católicos. Don Juan dio la señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen; y se santiguó. Los generales cristianos animaron a sus soldados y dieron la señal para rezar. Los soldados cayeron de rodillas ante el crucifijo y continuaron en esa postura de oración ferviente hasta que las flotas se aproximaron. Los turcos se lanzaron sobre los cristianos con gran rapidez, pues el viento les era muy favorable, especialmente siendo superiores en número y en el ancho de su línea. Pero el viento que era muy fuerte, se calmó justo al comenzar la batalla. Pronto el viento comenzó en la otra dirección, ahora favorable a los cristianos. El humo y el fuego de la artillería se iba sobre el enemigo, casi cegándolos y al fin agotándolos.

En aquel tiempo las noticias duraban mucho en llegar y Lepanto quedaba muy lejos de Roma. El Papa Pío V, desde el Vaticano, no cesó de pedirle a Dios, con manos elevadas como Moisés. Durante la batalla se hizo procesión del rosario en la iglesia de Minerva en la que se pedía por la victoria. El Papa estaba conversando con algunos cardenales, pero; de repente los dejó, se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo, cerrando el marco de la ventana dijo: "No es hora de hablar más sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas". Varios días después llegó desde el lejano Golfo de Lepanto, la noticia del enorme triunfo. Estalló en las lágrimas cuando oyó hablar de la victoria que dio al poder turco un golpe del que nunca se recuperó. Este hecho fue cuidadosamente atestado y auténticamente inscrito en aquel momento y después en el proceso de canonización de Pío V. 


Las autoridades después compararon el preciso momento de las palabras del Papa Pio V con los registros de la batalla y encontraron que concordaban de forma precisa. Pero la mayor razón de reconocer el milagro de la victoria naval es por los testimonios de los prisioneros capturados en la batalla. Ellos testificaron con una convicción incuestionable de que habían visto a Jesucristo, San Pedro, San Pablo y a una gran multitud de ángeles, espadas en manos, luchando contra Selim y los turcos, cegándolos con humo.

Los cristianos lograron una milagrosa victoria que cambió el curso de la historia. Con este triunfo se reforzó intensamente la devoción al Santo Rosario.

En gratitud perpetua a Dios por la victoria, el Papa Pio V instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias, después conocida como la fiesta del Nuestra Señora del Rosario, para el 7 de octubre. Y que en la Letanía de Nuestra Señora se colocara esta oración:

“María, Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros". 



El Papa Pío V murió el primero de mayo de 1572, fue beatificado por Clemente X en 1672 y canonizado por Clemente XI en 1712. El cuerpo incorrupto de San Pio V está en la basílica de Santa María la Mayor en Roma.


Venerado hermano, quiera Dios que el celo apostólico, la constante aspiración a la santidad y el amor a la Virgen que caracterizaron la vida de san Pío V sean para todos estímulos a vivir con un compromiso más intenso su vocación cristiana.

De modo especial, quisiera invitar a imitarlo en su filial devoción mariana, redescubriendo la sencilla y profunda oración del rosario.

 Mediante el rezo ferviente del rosario, se pueden obtener gracias extraordinarias por intercesión de la Madre celestial del Señor.

San Pío V estaba tan convencido de esto que, después de la victoria de Lepanto, quiso instituir una fiesta específica de la Virgen del Rosario. 


Oh Dios,
que te dignaste elegir
por pontífice máximo
al bienaventurado Pío V
para destruir a los enemigos de tu Iglesia,
y para reparar el culto divino,
defiéndenos con tu protección
para que libres de las asechanzas
de nuestros enemigos
gocemos en tu servicio
de una paz perpetua y estable. 

Por Jesucristo, nuestro Señor. 

Amén.



Autor: Rodrigo Romero - Animador de la PJ San Miguel Arcángel -Dk8

Nominamos  a: Carmen Cardozo-Coordinadora de la PJ de Santa María Goretti-Dk1 para el siguiente #SantosChallenge

miércoles, 29 de abril de 2020

18)Santa Catalina de Siena



Santa Catalina de Siena
Doctora de la Iglesia y Copatrona de Europa


Hoy quiero hablar de una mujer que tuvo un papel eminente en la historia de la Iglesia. Se trata de Santa Catalina de Siena. El siglo en el que vivió —siglo XIV— fue una época tormentosa para la vida de la Iglesia y de todo el tejido social en Italia y en Europa. Sin embargo, incluso en los momentos de mayor dificultad, el Señor no cesa de bendecir a su pueblo, suscitando santos y santas que sacudan las mentes y los corazones provocando conversión y renovación. Catalina es una de estas personas y también hoy nos habla y nos impulsa a caminar con valentía hacia la santidad para que seamos discípulos del Señor de un modo cada vez más pleno

Santa Catalina, nació en Siena, en el año 1347, hijas de padres de gran virtud y piedad. Ella fue favorecida desde joven con muchos dones, y desde su juventud, sintió el llamado al servicio y a la caridad. Su familia no estaba de acuerdo con sus deseos de servir con esa intensidad al Señor, y querían que abandone o deje atrás esa vocación.

Teniendo siete años, consagro su virginidad a Dios, en secreto. A los 12 años, su madre y su hermana intentaban convencerla que se incline hacia el matrimonio, buscando que ella se concentre en su apariencia, y la alentaban a eso.

Por consiguiente, para complacerlas, vestía de gala, y utilizaba joyas que engalanaban la época. Poco tiempo después, Catalina se arrepintió de esa vanidad.

Sus padres consideraron en mantenerla en soledad para que ella se olvide de su vocación y frustrarla, y esperaban que ella considere el matrimonio. Pasaba todo el tiempo en su habitación, donde permanecía en soledad y oración.

Sus padres le daban trabajos duros para entretenerla. Ella sobrellevó todo esto con dulzura y paciencia.

El Señor le enseño otro tipo de soledad en su corazón, en donde a pesar de las tribulaciones y los problemas, ella permanece a solas con Dios.

Ella prosiguió el camino de la humildad, la obediencia y la negación de su propia voluntad. En medio de sus sufrimientos, su constante plegaria era que dichos sufrimientos podían servir para la expiación de sus faltas y la purificación de su corazón.

A los dieciséis años tomó el hábito de los Terciarios Dominicanos, y renovó la vida de anacoretas del desierto en un pequeño cuarto de la casa de su padre. Después de tres años de visitas celestiales y una conversación familiar con Cristo, experimentó la experiencia mística conocida como los "esponsales espirituales", probablemente durante el carnaval de 1366. Luego ella, viviendo con su familia, empezó a atender a los enfermos, especialmente aquellos infectados con las enfermedades más repulsivas, a servir a los pobres y trabajar por la conversión de los pecadores.

A pesar de siempre sufrir terrible dolor físico, vivir largos intervalos de tiempo sin comer nada excepto el Santísimo Sacramento, ella estaba siempre radiantemente feliz y llena de sabiduría práctica, no menor que una elevada profundidad espiritual. Todos sus contemporáneos atestiguan su extraordinario encanto personal, que prevalecía sobre las continuas persecusiones de que era objeto incluso por los frailes de su propia orden y sus hermanas en religión. Empezó a reunir discípulos alrededor suyo, hombres y mujeres, quienes formaban una maravillosa confraternidad espiritual, unida a sí por los lazos de amor místico.

Durante el verano de 1370 ella recibió una serie de manifestaciones especiales de misterios divinos, que culminaron en un prolongado trance, una especie de muerte mística, en la que tuvo una visión del Infierno, del Purgatorio y del Cielo, y escuchó una orden divina de abandonar su celda y entrar en la vida pública del mundo.

Uno de los mayores logros de Santa Catalina fue su labor de llevar de vuelta el Papado a Roma a partir de su desplazamiento a Francia. Asimismo, se la llegó a reconocer como conciliadora.

Reconocida como maestra espiritual, se formó un grupo de discípulos en torno a Catalina. A partir de 1372 fue mediadora en los conflictos civiles y eclesiales en la península italiana. Empezó una amplia producción epistolar. En 1374 fue convocada al Capítulo General de la Orden de Predicadores y se le asignó a fray Raimundo de Capua como acompañante espiritual.

Ante el creciente conflicto entre el Papa y las ciudades italianas, Catalina se sumergió en la política.
La Santa tuvo otra misión durante su viaje a Avignon. El Papa Gregorio IX, electo en 1370, tenía su residencia en Avignon, donde los cinco papas previos también habían residido. Los romanos se quejaban de que sus obispos habían abandonado su iglesia durante setenta y cuatro años, y amenazaron con llevar a cabo un cisma.

Gregorio XI hizo un voto secreto para regresar a Roma; pero no hallando este deseo agradable a su corte, el mismo consulto a Santa Catalina acerca de esta cuestión, quien le respondió


"Cumpla con su promesa hecha a Dios."


El Papa, sorprendido de que tuviera conocimiento por revelación lo que jamás había revelado a nadie, resolvió inmediatamente hacerlo.

Viajó a Aviñón e instó a Gregorio IX a regresar a Roma.

Gracias a su labor, el Papa regresó en enero de 1377. La influencia política y religiosa de Catalina creció significativamente. Profesó un profundo amor por la Iglesia. Se sintió llamada por Dios a denunciar la corrupción y promover una vida apostólica y evangélica.

Posteriormente, Santa Catalina escribió al Papa Gregorio XI en Roma, exhortándole firmemente a contribuir por todos los medios posibles a la paz general de Italia.

Su Santidad le encomendó la misión de ir a Florencia, aún dividida y obstinada en su desobediencia. Ella vivió un tiempo allí en medio de varios peligros incluso contra su propia vida. A la larga, ella logró que la gente de Florencia se dispusiera a la sumisión, a la obediencia y a la paz, aunque no bajo la autoridad de Gregorio XI, sino del Papa Urbano VI. Esta reconciliación ocurrió en 1378, luego de lo cual Santa Catalina regresó a Siena.



Santa Catalina regresó de esta manera a Siena, donde prosiguió su vida de oración. Ella obtuvo la unión perpetua de su alma con Dios. Aunque a veces estuviera obligada a conversar con diferentes personas sobre varios y diversos asuntos, ella siempre estaba ocupada y absorta en Dios. 

En una visión, Jesús se le presentó con dos coronas, una de oro y otra de espinas, ofreciéndole elegir con cuál de las dos se complacería. Ella respondió:

 "Yo deseo, Oh Señor, vivir aquí siempre conforme a tu pasión, y encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y deleite". 

Luego, tomando ansiosamente la corona de espinas, se la colocó sobre la cabeza.

En 1378, cuando Urbano VI fue electo Papa, su temperamento hizo que los cardenales se distanciaran, y que varios de ellos se retiraran. Luego declararon la elección nula, y eligieron a Clemente VII, con quien se retiraron de Italia y residieron en Avignon. 

Santa Catalina escribió largas cartas a los cardenales quienes primero habían reconocido a Urbano, y luego eligieron a otro; presionándolos a volver a su pastor legal. Ella también le escribió a Urbano mismo, exhortándolo a sobrellevar con temple y gozo los problemas en que se encontraba, y a aplacar el temperamento que le había llevado a tener tantos enemigos.

A través del Padre Raimundo de Capua, su confesor y posteriormente su biógrafo, el Papa pidió a Santa Catalina regresar a Roma. Ella escuchó y siguió sus instrucciones. Ella también escribió a los reyes de Francia y de Hungría para exhortarlos a renunciar al cisma.

Mientras trabajaba afanosamente para extender la obediencia al verdadero Papa, la salud de Santa Catalina comenzó a deteriorarse. Ella falleció de un ataque súbito a los 33 años en Roma. 

Los habitantes de Siena deseaban conservar su cabeza. Hubo un milagro que se comentó en el cual tuvieron un éxito parcial. Sabiendo que ellos no podían llevar a escondidas todo su cuerpo fuera de Roma, decidieron llevar solo su cabeza, la cual colocaron en un bolso. Cuando fueron detenidos por los guardias romanos, oraron para que Santa Catalina los ayudara. Cuando los guardias abrieron el bolso, parecía que ya no contenía su cabeza sino que todo el bolso estaba lleno de pétalos de rosa. 

Una vez que regresaron a Siena, volvieron a abrir el bolso y su cabeza estaba visible nuevamente. Debido a este relato, Santa Catalina a menudo es observada sosteniendo una rosa.




A pesar de su escasa formación intelectual se sumergió en las profundidades de la mística cristiana. Fue una apasionada predicadora de la cruz.

La doctrina de Catalina, que aprendió a leer con dificultad y aprendió a escribir cuando ya era adulta, está contenida en El Diálogo de la Divina Providencia o Libro de la Divina Doctrina, una obra maestra de la literatura espiritual, en su Epistolario y en la colección de las Oraciones. Su enseñanza está dotada de una riqueza tal que el Papa Pablo VI, en 1970, la declaró doctora de la Iglesia, título que se añadía al de copatrona de la ciudad de Roma, por voluntad del Papa Pío IX, y de patrona de Italia, según la decisión del Papa Pío XII.

¿Qué nos puede decir hoy?

Catalina nos recuerda que la vida política no debe estar divorciada de la fe. Respetando la justa separación de lo civil y religioso, los laicos cristianos están llamados a participar en el desarrollo histórica de la sociedad sin renunciar a su condición de creyentes y seguidores de Jesús.

‘’Si, somos hijos del Rey, pero que no se nos olvide que su corona es de espinas’’

Debemos reflexionar esta frase, y buscar siempre la humildad y ser agradables a Dios ante los problemas y las dificultades por las que atravesamos. Nunca olvidar esa muestra de amor, dar su vida en la cruz por amor a nosotros.

De Santa Catalina, por tanto, aprendemos la ciencia más sublime: Conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia. En El Diálogo de la Divina Providencia, ella, con una imagen singular, describe a Cristo como un puente tendido entre el cielo y la tierra. Está formado por tres escalones constituidos por los pies, el costado y la boca de Jesús. Elevándose a través de estos escalones, el alma pasa por las tres etapas de todo camino de santificación: el alejamiento del pecado, la práctica de la virtud y del amor, y la unión dulce y afectuosa con Dios.

Queridos Jóvenes: aprendamos de Santa Catalina a amar con valentía, de modo intenso y sincero, a Cristo y a la Iglesia. Por esto, hagamos nuestras las palabras de Santa Catalina que leemos en El Diálogo de la Divina Providencia, que habla de Cristo-puente:

 «Por misericordia nos has lavado en la sangre, por misericordia quisiste conversar con las criaturas. ¡Oh loco de amor! ¡No te bastó encarnarte, sino que quisiste también morir! (...) ¡Oh misericordia! El corazón se me ahoga al pensar en ti, porque adondequiera que dirija mi pensamiento, no encuentro sino misericordia»


Biografía de Santa Catalina de Siena - Raimundo de Capua
Diálogos de Santa Catalina de Siena


Señor Dios, usted que mostró a Santa Catalina cariño eterno para todos los hombres, haciendo sus manos un incendio que arde en tu corazón. Ella espléndidamente compartió esta revelación y él vivió en todas sus consecuencias hasta el heroísmo.

Concede que podamos en este caso, entregar en sus promesas y aumentando nuestra fe en su presencia en cada sacramento, y especialmente en el sacramento de su perdón. Lo pedimos por medio de Jesucristo, tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, para siempre jamás.

Amén




Autor: Isaias Vargas, Representante de la Pj de Virgen del Carmen-Dk6

Nominamos a: Rodrigo Romero, Animador de la Pj de San Miguel Arcángel-Dk8 para el siguiente #SANTOSCHALLENGE


Imagen Extraída De AciPrensa

martes, 28 de abril de 2020

17) San Luis de Montfort


San Luis María Grignion de Monfort


San Luis María Grignion de Montfort, también conocido como el Padre de Montfort, fue un sacerdote misionero, teólogo y escritor francés. Su papel teológico ha influenciado especialmente en el desarrollo de la doctrina mariológica contemporánea.

Maestro de la espiritualidad mariana, autor de textos dedicados a la Virgen halló refugio en su maternal regazo ante las numerosas pruebas que sufrió.

El santo fundó una de las comunidades religiosas que han hecho grandes obras por la conversión de las almas: los Padres Monfortianos, a cuya comunidad le puso por nombre "Compañía de María", y las Hermanas de la Sabiduría.

San Luis además escribió uno de los libros que junto con "Las Glorias de María" de San Alfonso, ha llegado a ser uno de los libros más famosos que se han escrito acerca de la devoción a la Virgen María: el "Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María", obra que se ha propagado por todo el mundo con enorme provecho para sus lectores. 

Incluso el Papa San Juan Pablo II se reconoció seguidor de San Luis María Grignon de Montfort al adoptar como lema episcopal:

"Totus tuus"
(Soy todo tuyo oh María, y todo cuanto tengo, tuyo es)

Fórmula de consagración a María del fundador francés y uno de sus lemas marianos que repetía mucho nuestro Papa.


El infante de Montfort

Luis María nació el 31 de enero de 1673 en Montfort-la-Cane, que es la hoy llamada Montfort-sur-Meu, cerca de Rennes, en la Bretaña francesa. Sus padres fueron Jean-Baptiste Grignion, un abogado que trabajaba en el tribunal de Montfort, y Jeanne Robert.

Era el mayor de dieciocho hermanos. Entre ellos hubo tres sacerdotes y tres religiosas; otro falleció en la infancia. Aunque de fuerte complexión y fortaleza física, gran habilidad, así como cualidades para el arte (dibujo y pintura) y la literatura –todo lo cual merecía el respeto de sus amigos–, Luís era tímido; le agradaba la soledad.

Fue bautizado al segundo día de nacido, con el nombre de Luis; su segundo nombre lo tomará ya adulto en honor a la Virgen María.

A los pocos meses de nacido lo confiaron al cuidado de una nodriza, “la madre Andrea” que es probablemente la campesina que está al cuidado de todos los pequeños hijos de los Señores Grignon. Luego de 2 años y medio, la madre Andrea devuelve al señor Grignion, un chico robusto, bronceado que balbucea las primeras palabras.

Con una formación cristiana sólida hacen en Montfort que su fe sea “firme, sólida e inmutable”. Desde su infancia le agrada hablar de Dios, aprende pues a orar con una rectitud de intención que lo lleva a buscar para ello el silencio y el recogimiento. Se retira a un rinconcito de la ruidosa casa o se arrodilla, rosario en mano ante una imagen de Nuestra Señora.

El despertar precoz del sentimiento religioso tiene su repercusión en sus hermanos especialmente en Guyonne Jeanne a quien llaman “Luisa” niña de tres o cuatro años quien escucha a Luis de manera atenta. La relación con su hermanita le hace salir de sí mismo, por ella el joven Luis busca palabras que la conquistarán:

“Serás muy hermosa y todos te querrán, si amas a Jesucristo”

La amistad de estos dos será un capítulo importante de su infancia, la niña será dentro del círculo familiar la confidente predilecta. El corazón de Luis bulle con intensos sentimientos, y los padres en especial la madre, han podido percibirlo en algún gesto que pone de manifiesto la ternura del niño y el dolor que siente por el sufrimiento de los demás.

A la edad de 12 años, ya la gente lo veía pasar largos ratos arrodillado ante la estatua de la Madre de Dios. Antes de ir al colegio por la mañana y al salir de clase por la tarde, iba a arrodillarse ante la imagen de Nuestra Señora y allí se quedaba como extasiado. Cuando salía del templo después de haber estado rezando a la Reina Celestial, sus ojos le brillaban con un fulgor especial.

Cuando fue enviado como estudiante al colegio jesuita en Rennes, nunca dejó de visitar la iglesia antes y después de clases. Para esto pidió permiso para asistir en la misa de la parroquia en la mañanas. Como la Iglesia le quedaba a dos millas de su casa, tenía que levantarse muy temprano para llegar a tiempo.

Luis no se contentaba con rezar. Su caridad era muy práctica. Un día al ver que uno de sus compañeros asistía a clase con unos harapos muy humillantes, hizo una colecta entre sus compañeros para conseguirle un vestido y se fue donde el sastre y le dijo:

"Mire, señor: los alumnos hemos reunido un dinero para comprarle un vestido de paño a nuestro compañero, pero no nos alcanza para el costo total. ¿Quiere usted completar lo que falta?"

El sastre aceptó y le hizo un hermoso traje al joven pobre.

Los albores de su juventud, práctica incesante de virtudes.

Se unió a una sociedad de jóvenes que durante las vacaciones ejercía su ministerio entre los pobres y los incurables en los hospitales y les leían libros edificantes durante sus comidas.

Pero no todo en su juventud era color de rosas. Su padre tenía la fama de ser uno de los hombres más coléricos en toda la región. Y como Luis era el hijo mayor, era quien sentía más el peso de la furia. Su papá constantemente lo incitaba a la ira. Ya por si mismo Luis tenía un temperamento tan fuerte como el de su papá, lo cual le hacía aun mas difícil soportar aquellas pruebas.

Para evitar un enfrentamiento con su papá, y el mal que su ira podría traer, Luis salía corriendo. Así evitaba la ocasión de pecado. Era todo lo que Luis podía hacer para controlar su temperamento.

En vez de empeorar, a través de estas demostraciones de ira de su papá, Luis aprendió a morirse a sí mismo y pudo aprender a ser paciente, dulce y crecer en virtud. Su papá, sin quererlo le proporcionó un medio para entrar en la lucha por la santidad a una temprana edad.

Los psicólogos dicen que si Montfort no hubiera sido tan extraordinariamente devoto de la Virgen María, habría sido un hombre colérico, déspota y arrogante porque era el temperamento que había heredado de su propio padre.

Pero nada suaviza tanto la aspereza masculina como la bondad y la amabilidad de una mujer santa. Y esto fue lo que salvó el temperamento de Luis. Cuando su padre estallaba en arrebatos de mal humor, el joven se refugiaba en sitios solitarios y allí rezaba a la Virgen amable, a la Madre del Señor.



Y esto lo hará durante toda su vida cuando sea incomprendido, perseguido, insultado con el mayor desprecio, encontrará siempre la paz orando a la Reina Celestial, confiando en su auxilio poderoso y desahogando en su corazón de Madre, las penas que invaden su corazón de hijo.

Entre los 16 y 18 años, San Luis tuvo una experiencia de Dios que marcó su vida para siempre. Ante este encuentro personal e íntimo con Dios, la vida de Luis cambió radicalmente. Se entregó totalmente a la oración y a la penitencia, encontrando su delicia tan solo en Dios. San Luis aprendió rápidamente que lo que verdaderamente valía no eran los grandes acontecimientos en este mundo: el dinero, la fama, etc. Sino que el verdadero valor ante Dios estaba en la transformación interior.

Camino al Orden Sagrado

En 1693, a los 20 años, sintió el llamado de consagrar su vida a Dios a través del Sacerdocio. La primera reacción de su padre no fue favorable, pero cuando su padre vio la determinación de su hijo, le dio su bendición. Y así, a finales de ese año, San Luis salió de su casa hacia París.

Renunciando a la comodidad de su caballo, San Luis se decidió caminar los 300 kilómetros hacia el seminario en París. Durante su camino, se encuentra con dos pobres en distintos momentos. Al primero le da todo el dinero que su padre le había entregado, quedándose con nada. Al segundo, no teniendo ya mas dinero que darle, le entrega su único traje, regalo de su mama, cambiándolo por los trapos del pobre. De esta manera, San Luis marca lo que ha de ser su vida desde ese momento en adelante. Ya no se limitará a servir a los pobres, pues es ya uno de ellos. Hace entonces un voto de vivir de limosnas.

En aquella época habían seminarios separados para ricos y pobres. Cuando llega San Luis al seminario, viéndolo en tan miserable condición, los superiores lo mandan al seminario de los pobres. Así se privó de la ventajas ofrecidas en el mejor seminario. En el seminario, San Luis fue bibliotecario y velador de muertos, dos oficios que eran poco queridos por los demás. Mas en el plan providente de Dios le proporcionaron oportunidades de mucha gracia y crecimiento.

Por su oficio de bibliotecario, San Luis pudo leer muchos libros, sobre todo, libros de la Virgen María. Todos los libros que encontraba de ella, los leía y estudiaba con gran celo. Este período llegó a ser para él, la fundación de toda su espiritualidad Mariana. Sobresalió como un seminarista totalmente mariano. Sentía enorme gozo en mantener siempre adornado de flores el altar de la Santísima Virgen.

El oficio de velar a los muertos fue también de gran provecho. Era su responsabilidad pasar toda la noche junto con algún muerto. Ante la realidad de la muerte que estaba constantemente ante sus ojos, San Luis aprendió a despreciar todo lo de este mundo como vano y temporal. Esto lo llevó a atesorar tesoros en el cielo y no en la tierra. El llegó a reconocer que nada se debe esperar de lo que es de este mundo más todo de Dios.

Su tiempo en el seminario estuvo lleno de grandes pruebas. San Luis era poco comprendido por los demás. No sabían como lidiar con el, si como un santo o un fanático. Sus superiores, pensando que toda su vida estaba movida mas bien por el orgullo que por el celo de Dios, lo mortificaban día y noche. Lo humillaban y lo insultaban en frente de todos. Sus compañeros en el seminario, viendo la actitud de los superiores, también lo maltrataban mucho. Se reían de el, lo rechazaban muy a menudo. Y todo esto San Luis lo recibió con gran paciencia y docilidad. Es mas, lo miraba todo como un gran regalo de Cristo quién le había dado a participar de Su Cruz.

Luis Grignon de Montfort será un gran peregrino durante su vida de sacerdote. Pero cuando él era seminarista concedían un viaje especial a un Santuario de la Virgen a los que sobresalieran en piedad y estudio. Y Luis se ganó ese premio. Se fue en peregrinación al Santuario de la Virgen en Chartres. Y al llegar allí permaneció ocho horas seguidas rezando de rodillas, sin moverse. ¿Cómo podía pasar tanto tiempo rezando así de inmóvil? Es que él no iba como algunos de nosotros a rezar como un mendigo que pide que se le atienda rapidito para poder alejarse. El iba a charlas con sus dos grandes amigos, Jesús y María. Y con ellos las horas parecen minutos.

Un sacerdocio entregado a la Santísima Virgen

El 5 de junio de 1700, San Luis, de 27 años, fue ordenado sacerdote. Escogió como lema de su vida sacerdotal: "ser esclavo de María". Su primera Misa quiso celebrarla en un altar de la Virgen, y durante muchos años la Catedral de Nuestra Señora de París fue su templo preferido y su refugio.

Enseguida empezaron a surgir grandes cruces en su vida. Pero no se detenía a pensar en si mismo sino que su gran sueño era llegar a ser misionero y llevar la Palabra de Cristo a lugares muy distantes.

Después de su ordenación, sus superiores no sabían aun como tratar con él. San Luis estaba ansioso de poder empezar su obras apostólicas. Sin embargo sus superiores le negaron sus facultades de ejercer como sacerdote, no podía confesar ni predicar, y lo mantuvieron un largo rato en el seminario haciendo varios oficios menores. Esto fue un gran dolor para San Luis, no por los trabajos humildes sino por no poder ejercer su sacerdocio. Tenía como único deseo dar gloria a Dios en su sacerdocio y en sus obras misioneras. Mas como siempre, San Luis obedeció con amor.

Después de casi un año en el seminario, por fin San Luis se encontró con un sacerdote organizador de una compañía de sacerdotes misioneros, que le invitó a acompañarlo en otro pueblo. Sus superiores, aprovechando esta oportunidad para salir de el, le dieron permiso. A San Luis le esperaba otra gran decepción pues cuando llegó a la casa de los padres misioneros, vio tan grandes abusos y mediocridad entre ellos que no le quedaba duda de que no podía quedarse. Escribió inmediatamente a su superior del seminario pidiendo regresar a París pero este le dijo que estaba siendo malagradecido y le hizo quedarse. San Luis, que obedecía santamente a sus superiores, se quedó. Aun no le daban permiso para confesar y pasaba los días enseñándole catecismo a los niños. 


Después de varios meses en que se encuentra relegado, San Luis es asignado capellán del hospital de Poitiers, un asilo para los pobres y marginados. No era el apostolado que San Luis buscaba, pues su deseo era ser misionero, pero aceptó con docilidad. Cuando ya percibía los frutos llegó la prueba otra vez. Los poderosos del mundo no podían aceptar la simplicidad y naturalidad que tenía San Luis con los pobres y empezaron los ataques y la persecución. Vive, como todos los santos, el sufrimiento de Cristo.

De vuelta en París, el predilecto de la Virgen Santísima empieza a ver como las puertas se le cerraban con rapidez. Muchos, no entendiéndolo, crean falsos testimonios de el, desacreditándolo como sacerdote y como hombre. Es rechazado hasta por sus amigos mas íntimos. Fue tanto el rechazo contra el, que en uno de los hospitales en que servía, su superior le puso una nota bajo su plato a la hora de la cena informándole que ya no necesitaba de su ministerio. Hasta su propio obispo empieza a dudar seriamente de el y dos veces lo manda a callar.

San Luis, aunque sufrió enormemente, se mantuvo firme en su fe actuando como un santo sacerdote. Dios lo estaba purificando y fortaleciendo para que su vida sea un amor puro a Dios y al prójimo. En su total humillación y abandono de todos se abre cada vez mas a la total conciencia de que Dios es su único apoyo, su única defensa. El ve en esto una nueva oportunidad de abrazar su determinación de vivir en plena pobreza, tanto espiritual como física. También llega a entender que la razón de los ataques es la doctrina Mariana que enseña. Primero porque Satanás no la quiere y segundo porque la humanidad no esta dispuesta a abrazar sus enseñanzas, porque enseña un camino muy claro y exigente que no permite ambigüedades ni medias tintas. El amor lo reclama todo. 

Fueron años de incertidumbre y soledad, de muchos recelos acumulados tras de sí a su pesar, de ver cómo se cerraban puertas que había ido abriendo. No sabía a quién acudir, hasta que en 1706 tomó la decisión de viajar a Roma.

Fue con la esperanza de que el Santo Padre marcase el rumbo que debía seguir. Y Clemente XI en el transcurso de una audiencia ratificó la labor que había venido realizando, encomendándole la evangelización de las campiñas de Francia en comunión con los obispos. Partió de allí con el título de «misionero apostólico» que el pontífice le confirió. 

Durante su vida apostólica como misionero, San Luis llegará a hacer 200 misiones y retiros. Con gran celo predicaba de pueblo en pueblo el Evangelio. Su lenguaje era sencillo pero lleno de fuego y amor a Dios. Sus misiones se caracterizaban por la presencia de María, ya que siempre promovía el rezo del santo rosario, hacía procesiones y cánticos a la Virgen. Sus exhortaciones movían a los pobres a renovar sus corazones y, poco a poco, volver a Dios, a los sacramentos y al amor a Cristo Crucificado. San Luis siempre decía que sus mejores amigos eran los pobres, ante quienes abría de par en par su corazón.

Grandes multitudes lo seguían de un pueblo a otro, después de cada misión, rezando y cantando. Se daba cuenta de que el canto echa fuera muchos malos humores y enciende el fervor. Decía que una misión sin canto era como un cuerpo sin alma. El mismo componía la letra de muchas canciones a Nuestro Señor y a la Virgen María y hacía cantar a las multitudes. Llegaba a los sitios más impensados y preguntaba a las gentes:

"¿Aman a Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más? ¿Ofenden al buen Dios? ¿Y porqué ofenderlo si es tan santo?"

Era todo fuego para predicar. Donde Montfort llegaba, el pecado tenía que salir corriendo. Pero no era él quien conseguía las conversiones. Era la Virgen María a quien invocaba constantemente. Ella rogaba a Jesús y Jesús cambiaba los corazones. Después de unos Retiros dejó escrito:

"Ha nacido en mí una confianza sin límites en Nuestro Señor y en su Madre Santísima"


No tenía miedo ni a las cantinas, ni a los sitios de juego, ni a los lugares de perdición. Allí se iba resuelto a tratar de quitarse almas al diablo. Y viajaba confiado porque no iba nunca solo. Consigo llevaba el crucifijo y la imagen de la Virgen, y Jesús y María se comportaban con él como formidables defensores.

En cada pueblo o vereda donde predicaba procuraba dejar una cruz, construida en sitio que fuera visible para los caminantes y dejaba en todos un gran amor por los sacramentos y por el rezo del Santo Rosario.

Esto no se lo perdonaban los herejes jansenistas que decían que no había que recibir casi nunca los sacramentos porque no somos dignos de recibirlos. Y con esta teoría tan dañosa enfriaban mucho la fe y la devoción. Y como Luis Montfort decía todo lo contrario y se esforzaba por propagar la frecuente confesión y comunión y una gran devoción a Nuestra Señora, lo perseguían por todas partes. Pero él recordaba muy bien aquellas frases de Jesús:

"El discípulo no es más que su maestro. Si a Mí me han perseguido y me han inventado tantas cosas, así os tratarán a vosotros"

Y nuestro santo se alegraba porque con las persecuciones se hacía más semejante al Divino Maestro.

Antes de ir a regiones peligrosas o a sitios donde mucho se pecaba, rezaba con fervor a la Stma. Virgen, y adelanta que

"donde la Madre de Dios llega, no hay diablo que se resista"

Las personas que habían sido víctimas de la perdición se quedaban admiradas de la manera tan franca como les hablaba este hombre de Dios. Y la Virgen María se encargaba de conseguir la eficacia para sus predicaciones.

Los ejemplos siguientes ilustrarán su éxito. Una vez dio un retiro a los soldados de la guarnición de La Rochela y, conmovidos por sus palabras, los hombres lloraron y clamaron por el perdón de sus pecados. En la procesión final de su misión, un oficial caminó al frente, descalzo y cargando un estandarte y los soldados, descalzos también, lo siguieron cargando en una mano un crucifijo, en la otra un rosario y entonando himnos.

La extraordinaria influencia de Grignion fue especialmente aparente en el asunto del calvario en Pontchateau. Cuando anunció su determinación de construir un calvario monumental en una colina vecina, la idea fue recibida con entusiasmo por los habitantes.

Durante quince meses entre dos y cuatro mil campesinos trabajaron diariamente sin esperar recompensa y, habiendo completado la tarea, el rey ordenó que todo fuera demolido y la tierra regresada a su condición original.

Los jansenistas habían convencido al gobernador de Bretaña que una fortaleza capaz de ayudar a las personas en una revuelta estaba siendo levantada y así, durante varios meses quinientos campesinos cuidados por una compañía de soldados fueron forzados a llevar a cabo la destrucción.

El padre de Montfort no se exaltó al recibir las humillantes noticias y exclamó únicamente: 

“¡Alabado sea Dios!”

Esta no fue la única de muchas pruebas por las que tuvo que pasar Grignion. A menudo sucedía que los jansenistas, irritados por su éxito, se aseguraban mediante intrigas, de su expulsión del distrito en el que estuviese misionando.

En La Rochela algunos malvados envenenaron su sopa y, a pesar del antídoto que tomó, su salud resultó minada. En otra ocasión, algunos malhechores se escondieron en un callejón con la intención de asesinarlo, pero tuvo un presentimiento de peligro y escapó yendo por otra calle.

Durante diecisiete años predicó el Evangelio en innumerables pueblos y villas. Como orador estaba enormemente dotado, siendo su lenguaje sencillo pero lleno de fuego y divino amor. Su vida entera fue notable por virtudes difíciles de comprender por la moderna degeneración: oración constante, amor por los pobres, pobreza llevada a límites inimaginables, alegría en las humillaciones y persecuciones.


En el ocaso de su vida, da inicio a su obra misionera y redentora

Un año antes de su muerte, el Padre Montfort fundó dos congregaciones: "Las hermanas de la Sabiduría", dedicadas al trabajo de hospital y la instrucción de niñas pobres, y la "Compañía de María", misioneros.

Hacía años que soñaba con estas fundaciones pero las circunstancias no le permitían. Humanamente hablando, en su lecho de muerte la obra parecía haber fracasado. Solo habían cuatro hermanas y dos sacerdotes con unos pocos hermanos. Pero el Padre Montfort, quien tenía el don de profecía, sabía que el árbol crecería.



Al comienzo del siglo XX las Hermanas de la Sabiduría eran cinco mil con cuarenta y cuatro casas, dando instrucción a 60,000 niños.

Después de la muerte del fundador, la Compañía de María fue gobernada durante 39 años por el Padre Mulot.

Al principio había rehusado unirse a Montfort en su trabajo misionero.

"No puedo ser misionero", decía, "porque tengo un lado paralizado desde hace años; tengo infección de los pulmones que a penas me permite respirar, y estoy tan enfermo que no descanso día y noche." 

Pero San Luis, inspirado por Dios, le contestó

"En cuanto comiences a predicar serás completamente sanado"

Y así ocurrió.

Su insigne legado

San Luis falleció el 28 de abril de 1716, a la edad de 43 años a consecuencia de una repentina pulmonía.

Fue beatificado en 1888 por Leon XIII y canonizado el 20 de Julio de 1947 por Pio XII.

"A quien Dios quiere hacer muy Santo, lo hace muy devoto de la Santísima Virgen"

Nos decía San Luis en sus escritos, con esto además de llevarnos a una mayor devoción a la Virgen Santa, profetizaba para sí, lo que el sería luego.

Es venerado como sacerdote, misionero, fundador y sobre todo, como Esclavo de la Virgen María.

Sobre la tumba de San Luis de Montfort dice:

¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada,
un hombre a quien el fuego del amor consumió,
y que se hizo todo para todos, Luis María Grignion Monfort.

¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más íntegra,
¿Su penitencia indagas? Ninguna más austera.
¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente.
¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.

Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó en sus palabras. Infatigable, tan sólo en el sepulcro descansó, fue padre de los pobres, defensor de los huérfanos,
y reconciliador de los pecadores.

Su gloriosa muerte fue semejante a su vida. Como vivió, murió.

Toda la vida de San Luis fue centrada sobre un deseo: La adquisición de la Sabiduría Eterna que es Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María.

Optó por una condición radical de vida formulada como "La santa esclavitud" o la esclavitud voluntaria de amor a la Virgen Santísima para llevarnos a la de Cristo. A ella le entregamos cuerpo y alma para que haga con nosotros lo que quiera pues todo lo que ella quiere es de Dios. La Virgen, Madre de Cristo, pasa a ser la que dispone de nosotros.

Enseña que el alma abandonada en las manos de la Madre es unida a la obediencia del Hijo. Esta entrega es total cuando el alma se separa de todo apego terrenal y así es reengendrada en el seno de María donde se encarnó Jesús.  Llega a ser así perfecta imagen de Dios.

San Luis no ve en María una simple devoción piadosa y sentimental, sino una devoción fundada en teología sólida, la cual proviene del misterio inefable de lo que Dios ha optado realizar por su mediación y por su perfecta docilidad a esa obra. Esto es muy importante, ya que es este desarrollo lo que ha hecho posible la revolución teológica que causó San Luis de Montfort.

San Luis dio a la Iglesia las obras mas grandes que se han escrito sobre la Virgen Santísima: El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, el Secreto de la Virgen; y El Secreto del Rosario. A estos se añade "A los Amigos de la Cruz".

La Iglesia ha reconocido sus libros como expresión auténtica de la doctrina eclesial. El Papa Pío XII, quién canonizó a San Luis dijo:

"Son libros de enseñanza ardiente, sólida y autentica."




Gran apóstol y amante de nuestra Señora, San Luis de Montfort, 
cuyo deseo es incendiar el mundo con el amor a Jesús a través de María, 
te pedimos nos obtengas 
una devoción a María que sea perseverante y perfecta, 
y a participar de la fe, esperanza y caridad de María, 
y recibir el favor que te pedimos nos alcances.


(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
San Luis de Montfort, ruega por nosotros (3 veces)




Autor: Vanina Fernández - Coordinadora de la PJ del Decanato 7
Nominamos a: Isaias Vargas, Representante de la PJ Virgen del Carmen-Dk6para el siguiente #SANTOSCHALLENGE








Imágenes extraídas de Aciprensa

lunes, 27 de abril de 2020

16)San Alfonso

San Alfonso María de Ligorio - Doctor de la Iglesia



Alfonso María de Ligorio nació en 1696 en el seno de una familia napolitana noble y rica. Dotado de notables cualidades intelectuales, con tan sólo 16 años obtuvo el doctorado en derecho civil y canónico. Era el abogado más brillante del foro de Nápoles: durante ocho años ganó todas las causas que defendió.

Su padre, que deseaba hacer de él un brillante político, lo hizo estudiar varios idiomas modernos, aprender música, artes y detalles de la vida caballeresca. Sin embargo, no lo dejaba satisfecho ante el gran peligro que en el mundo existe de ofender a Dios.

 En su alma sedienta de Dios y deseosa de perfección el Señor lo llevó a comprender que lo llamaba a una vocación muy diferente. De hecho, en 1723, indignado por la corrupción y la injusticia que viciaban el ambiente del foro, abandonó su profesión —y con ella la riqueza y el éxito— y decidió hacerse sacerdote, a pesar de la oposición de su padre.


Tuvo excelentes maestros, que lo introdujeron en el estudio de la Sagrada Escritura, de la historia de la Iglesia y de la mística. Adquirió una amplia cultura teológica, que comenzó a dar fruto cuando, algunos años después, emprendió su obra de escritor. Fue ordenado sacerdote en 1726 y se unió, para el ejercicio de su ministerio, a la Congregación diocesana de las Misiones Apostólicas.

Alfonso inició una labor de evangelización y catequesis entre los estratos más bajos de la sociedad napolitana, a la que le gustaba predicar y a la que instruía en las verdades fundamentales de la fe. No pocas de estas personas, pobres y modestas, a las que se dirigía, a menudo se entregaban a los vicios y realizaban acciones criminales. Con paciencia les enseñaba a rezar, animándolas a mejorar su modo de vivir.

Alfonso obtuvo resultados excelentes: en los barrios más miserables de la ciudad se multiplicaban los grupos de personas que, al caer la tarde, se reunían en las casas privadas y en los talleres, para rezar y meditar la Palabra de Dios, bajo la guía de algunos catequistas formados por Alfonso y por otros sacerdotes, que visitaban regularmente a estos grupos de fieles.

Cuando, por deseo expreso del arzobispo de Nápoles, estas reuniones comenzaron a celebrarse en las capillas de la ciudad, tomaron el nombre de «capillas vespertinas». Estas capillas fueron una auténtica fuente de educación moral, de saneamiento social y de ayuda recíproca entre los pobres, con lo cual casi se acabaron los robos, los duelos y la prostitución.

Aunque el contexto social y religioso de la época de San Alfonso era muy distinto del nuestro, las «capillas vespertinas» son un modelo de acción misionera en el que nos podemos inspirar también hoy para una «nueva evangelización», especialmente de los más pobres, y para construir una convivencia humana más justa, fraterna y solidaria. A los sacerdotes se les ha confiado una tarea de ministerio espiritual, mientras que laicos bien formados pueden ser animadores cristianos eficaces, auténtica levadura evangélica en el seno de la sociedad.

Después de pensar en ir a evangelizar a los pueblos paganos, Alfonso, a la edad de 35 años, entró en contacto con los campesinos y los pastores de las regiones interiores del reino de Nápoles y, sorprendido por su ignorancia religiosa y por el estado de abandono en que se hallaban, decidió dejar la capital y dedicarse a estas personas, que eran pobres espiritual y materialmente.

El 9 de noviembre de 1752 fundó, junto con otros sacerdotes, la Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas), y siguiendo el ejemplo de Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el evangelio. Por 30 años, con su equipo de misioneros, el santo recorrió campos, pueblos, ciudades, provincias, permaneciendo en cada sitio 10 o 15 días predicando, para que no quedara ningún grupo sin ser instruido y atendido espiritualmente.



Estimado por su bondad y por su celo pastoral, en  1762 el Papa lo nombró obispo de Santa Agueda. San Alfonso, quien no deseaba asumir el cargo, aceptó con humildad y obediencia, permaneciendo al frente de la diócesis por 13 años donde predicó el Evangelio, formó grupos de misioneros y dio catequecis a los más pequeños y necesitados.

Sus ultimos años fueron llenos de sufrimientos y enfermedades dolorosas; el santo soportó pacientemente todos estos males, rezando siempre por la conversión de los pecadores y por su propia santidad. San Alfonso muere el 1 de agosto de 1787, a la edad de 90 años.

El Papa Pío VI, al recibir la noticia de su muerte, que se produjo en medio de muchos sufrimientos, exclamó:

«¡Era un santo!»

Y no se equivocó: Alfonso fue canonizado en 1839, y en 1871 fue declarado doctor de la Iglesia.

Este título es muy apropiado por muchas razones. Ante todo, porque propuso una rica enseñanza de teología moral, que expresa adecuadamente la doctrina católica, hasta el punto de que fue proclamado por el Papa Pío XII «patrono de todos los confesores y los moralistas».

En su época se había difundido una interpretación muy rigorista de la vida moral, entre otras razones por la mentalidad jansenista que, en vez de alimentar la confianza y esperanza en la misericordia de Dios, fomentaba el miedo y presentaba un rostro de Dios adusto y severo, muy lejano del que nos reveló Jesús.

San Alfonso, sobre todo en su obra principal, titulada Teología moral, propone una síntesis equilibrada y convincente entre las exigencias de la ley de Dios, esculpida en nuestros corazones, revelada plenamente por Cristo e interpretada con autoridad por la Iglesia, y los dinamismos de la conciencia y de la libertad del hombre, que precisamente en la adhesión a la verdad y al bien permiten la maduración y la realización de la persona.

A los pastores de almas y a los confesores Alfonso recomendaba ser fieles a la doctrina moral católica, asumiendo al mismo tiempo una actitud caritativa, comprensiva, dulce, para que los penitentes se sintieran acompañados, sostenidos y animados en su camino de fe y de vida cristiana.

San Alfonso nunca se cansaba de repetir que los sacerdotes son un signo visible de la infinita misericordia de Dios, que perdona e ilumina la mente y el corazón del pecador para que se convierta y cambie de vida. En nuestra época, en la que son claros los signos de pérdida de la conciencia moral y —es preciso reconocerlo— de cierta falta de estima hacia el sacramento de la Confesión, la enseñanza de San Alfonso sigue siendo de gran actualidad.

San Alfonso compuso muchos otros escritos, destinados a la formación religiosa del pueblo. El estilo es sencillo y agradable. Las obras de san Alfonso, leídas y traducidas a numerosas lenguas, han contribuido a plasmar la espiritualidad popular de los últimos dos siglos.



Algunas de ellas son textos que se leen con gran provecho también hoy, como Las máximas eternas, Las glorias de María, La práctica de amar a Jesucristo, obra —esta última— que representa la síntesis de su pensamiento y su obra maestra. Insiste mucho en la necesidad de la oración, que permite abrirse a la Gracia divina para cumplir diariamente la voluntad de Dios y conseguir la propia santificación.

 Con respecto a la oración escribe:

«Dios no niega a nadie la gracia de la oración, con la que se obtiene la ayuda para vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, replico y replicaré siempre, mientras viva, que toda nuestra salvación está en el rezar»

De aquí su famoso axioma:

«Quien reza se salva»

Entre las formas de oración aconsejadas encarecidamente por San Alfonso destaca la visita al Santísimo Sacramento o, como diríamos hoy, la adoración, breve o prolongada, personal o comunitaria, ante la Eucaristía.

«Ciertamente —escribe Alfonso— entre todas las devociones esta de adorar a Jesús sacramentado es la primera después de los sacramentos, la más querida por Dios y la más útil para nosotros... ¡Oh, qué gran delicia estar ante un altar con fe... y presentarle nuestras necesidades, como hace un amigo a otro con el que se tiene total confianza!».

La espiritualidad alfonsiana es, de hecho, eminentemente cristológica, centrada en Cristo y en su Evangelio. La meditación del misterio de la Encarnación y de la Pasión del Señor son frecuentemente objeto de su predicación, pues en estos acontecimientos se ofrece «abundantemente» la Redención a todos los hombres.

 Y precisamente porque es cristológica, la piedad alfonsiana es también exquisitamente mariana. Muy devoto de María, Alfonso ilustra su papel en la historia de la salvación: asociada a la Redención y Mediadora de gracia, Madre, Abogada y Reina. Además, San Alfonso afirma que la devoción a María nos confortará grandemente en el momento de nuestra muerte. 



Estaba convencido de que la meditación sobre nuestro destino eterno, sobre nuestra llamada a participar para siempre en la felicidad de Dios, así como sobre la trágica posibilidad de la condenación, contribuye a vivir con serenidad y compromiso, y a afrontar la realidad de la muerte conservando siempre la confianza en la bondad de Dios.

San Alfonso María de Ligorio es un ejemplo de pastor celoso, que conquistó las almas predicando el Evangelio y administrando los sacramentos, combinado con un modo de actuar basado en una bondad humilde y suave, que nacía de la intensa relación con Dios, que es la Bondad infinita. 

Tuvo una visión optimista, pero realista, de los recursos de bien que el Señor da a cada hombre y concedió importancia a los afectos y a los sentimientos del corazón, además de la mente, para poder amar a Dios y al prójimo.

Demos gracias al Señor porque, con su Providencia, suscita santos y doctores en lugares y tiempos diversos, que hablan el mismo lenguaje para invitarnos a crecer en la fe y a vivir con amor y con alegría nuestra vida cristiana en las sencillas acciones de cada día, para caminar por la senda de la santidad, por la senda que lleva a Dios y a la verdadera alegría.

A ejemplo de San Alfonso María de Ligorio recorramos con alegría nuestro camino de conversión y santidad, y pidamos al Señor que suscite en nuestro tiempo santos y doctores que sepan proponer a todos de una manera sencilla e incisiva el mensaje de Cristo y la belleza de su vida. Amén.

Te dejamos escritos importantes de San Alfonso, que deben ser leídos por todo católico para ahondar en los misterios de nuestra fe:

Práctica de amor a Jesucristo
Las Glorias de María
Preparación para la muerte



Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombre estás noche y día en este sacramento, lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte: creo que estás presente en el sacramento del altar. Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las mercedes que me has hecho, y especialmente por haberte dado tu mismo en este sacramento, por haberme concedido por mi abogada a tu amantísima Madre y haberme llamado a visitarte en este iglesia.

Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de gracias por este insigne beneficio; en segundo lugar, para resarcirte de todas las injurias que recibes de tus enemigos en este sacramento; y finalmente, deseando adorarte con esta visita en todos los lugares de la tierra donde estás sacramentado con menos culto y abandono.

Amén



Autor: Rubén Denis - Coordinador de la PJ de San Alfonso - Dk 4
Nominamos a: Vanina Fernández - Coordinadora de la PJ del Dk7 para el siguiente #SANTOSCHALLENGE








Imágenes extraídas de ACIPRENSA

domingo, 26 de abril de 2020

15) San Vicente de Paúl



San Vicente de Paúl


Es una de las figuras más representativas del catolicismo en la Francia del siglo XVII. Fue fundador de la Congregación de la Misión, también llamada de Misioneros Paúles, Lazaristas o Vicentinos (1625) y, junto a Luisa de Marillac, de las Hijas de la Caridad (1633).

Su vida

Nació en Aquitania el año 1581. Fue enviado a los 14 años al colegio de los franciscanos de Dax.

Vicente toma gusto a sus estudios, desea abandonar la vida rural; se siente con vergüenza de sus orígenes y de su mismo padre. Después de cuatro años de estudios, marcha a la gran ciudad de Toulose. Su padre falleció en 1598, mientras Vicente tenía 17 años, habiendo recibido ya la tonsura y las órdenes menores.

Para subsistir, enseñó humanidades en el colegio de Buñet y siguió a la vez con sus estudios de Teología. En 1598 recibió el subdiaconado y el diaconado, y el 23 de setiembre de 1600, en Chateau-l'Eveque, es ordenado sacerdote.

Congregación de las Hijas de la Caridad

Lo llaman a París. Vicente llega a casa de los Gondi la víspera de Navidad de 1617, tras un año decisivo en el que ha encontrado su camino, el camino de la compasión y la ternura para con quienes se hallan sumidos en el abandono. Utilizando su puesto como base de operaciones, empieza a establecer sus pequeñas asociaciones de caridad.

Pone manos a la obra y muy pronto, el 23 de agosto, lee ante unas cuantas mujeres cuyo corazón se ha visto afectado igual que el suyo por aquella miseria, un texto que constituye todo un programa de ayuda a los enfermos. Dicho texto servirá de modelo, en adelante, a todos los posteriores textos fundacionales de las "Confréries de Charité" (Hermandades de Caridad). Las Cofradías se multiplicaron; hoy en algunos países se les llama "equipos de San Vicente". La Fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad siguió unos años más tarde (1633). La co-fundadora fue Santa Luisa de Marillac.



Su espiritualidad

Vicente quería que se pase al amor eficaz, porque temía la nostalgia propia de las resoluciones demasiado generales y de las efusiones afectivas; a propósito de las resoluciones, puestas incluso por escrito por una determinada dama, escribió a Luisa de Marillac que tales resoluciones le parecían "buenas", pero que le "parecerían aún mejores si (la tal dama) descendiera un poco más a lo concreto", porque lo importante para él eran los actos, mientras que "lo demás no es sino producto del espíritu, que habiendo hallado cierta facilidad y hasta cierta dulzura en la consideración de una virtud, se deleita con el pensamiento de ser virtuosos"; era preciso, pues, llegar a los "actos" porque, de lo contrario, se queda uno en la "imaginación".

«La espiritualidad de Vicente posee la solidez del corazón que la vive sin reservas»

Para Vicente, la oración estaba lo primero; era muy práctico pero se fundamentaba en una profunda intimidad con Jesucristo, o sea, en la vida interior de oración.

Su muerte

El 18 de abril de 1659, un año antes de su muerte, Vicente escribió unas largas consideraciones sobre la humildad, que presentó como la primera cualidad de un sacerdote de la Misión.

En julio de 1660 se vió obligado a guardar cama. Toda su vida había sido una persona fuerte y robusta; poseía una enorme resistencia, como si estuviera hecho de cal y canto. Entre julio y septiembre de 1644 se temió por su vida, pero salió bien librado, aunque se le prohibió montar a caballo; tenía las piernas inflamadas y debía que caminar con un bastón. En el invierno de 1658 y 1660 el frío volvió a abrir las llagas de sus piernas y poco a poco, se vio forzado a permanecer inmóvil. Se queda en Saint-Lañare, en medio de los pobres.

Su corazón y su espíritu se mantuvieron totalmente despiertos, pero en septiembre las piernas volvieron a supurar y el estómago no admitió ya el menor alimento. El 26 de septiembre, domingo, le llevaron a la capilla, donde asistió a Misa y recibió la comunión. Por la tarde estuvo totalmente lúcido cuando se le administró la extrema unción; a la una de la mañana bendijo por última vez a los sacerdotes de la Misión, a las Hijas de la Caridad, a los niños abandonados y a todos los pobres, sentado en su silla, vestido y cerca del fuego.


Así es como murió el 27 de septiembre de 1660, poco antes de las cuatro de la mañana, a la hora que solía levantarse para servir a Dios y a los pobres. Multitudes habían conocido los beneficios de su caridad.

San Vicente fue consejero de gobernantes y verdadero amigo de los pobres. "Monsieur Vincent", como se le llamaba, estimulaba y guiaba la actividad de Francia en favor de todas las pobrezas: envió misioneros a Italia, Irlanda, Escocia, Túnez, Argel, Madagascar, así como a Polonia donde luego fueron las Hijas de la Caridad. Se rodeó de numerosos colaboradores, sacerdotes y seglares y, en nombre de Jesucristo, los puso al servicio de los que sufren.

Fue proclamado santo por el Papa Clemente XII, el 16 de junio de 1737.

Su fiesta se celebra el 27 de septiembre. En 1712, 52 años más tarde su cuerpo fue exhumado por el Arzobispo de París, dos obispos, dos promotores de la fe, un doctor, un cirujano y un número de sacerdotes de su orden, incluyendo al Superior General, Fr. Bonnet.

"Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó. Solamente en los ojos y nariz se veía algo de deterioro. Se le contaban 18 dientes. Su cuerpo no había sido movido, se veía que estaba entero y que la sotana no estaba nada dañada. No se sentía ningún olor y los doctores testificaron que el cuerpo no había podido ser preservado por tanto tiempo por medios naturales”.

Testimonio de nuestra redactora

A hoy, en Paraguay las Hermanas Vicentinas, Hijas de la Caridad siguen promoviendo ese espíritu de servicio a los más pobres y desprotegidos, a través de escuelas, colegios, hogares para niños en zonas de bañados y asentamientos. Me ha tocado vivir mi educación secundaria en el Colegio Nacional de E.M.D. Nuestra Señora de la Asunción, que hasta la actualidad profesa el carisma de San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac.

Compartir con las Hermanas Vicentinas ha tocado profundamente mi niñez y adolescencia, mis padres también tuvieron la gracia de ser docentes junto con esta congregación que siempre llevaremos en el corazón. Siempre llenas de amor, de alegría con los niños y jóvenes; recordándonos que Dios nos pide principalmente ayudar a los pobres de corazón a encontrarlo, al igual que San Vicente.

Como jóvenes cristianos estamos llamados a dar nuestro corazón al servicio de Dios y de nuestros hermanos, recordando una canción muy especial a ese Santo:

“Cada vez hay más pobres Señor, cada vez más… y hace más falta el corazón de San Vicente de Paúl”


Te dejamos los siguientes enlaces para seguir conociendo al humilde y caritativo San Vicente, por medio de sus escritos:

Escritos varios de San Vicente de Paul
Escritos varios 2 de San Vicente de Paul
El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo



Y vos joven, si tu corazón se conmueve ante los sufrimientos de este mundo ¿ya tomaste tu decisión de como ayudar continuamente a los más necesitados?




¡Oh glorioso San Vicente, celeste Patrón de todas las asociaciones de caridad y padre de todos los desgraciados, que durante vuestra vida jamás abandonasteis a ninguno de cuantos acudieron a Vos! Mirad la multitud de males que pesan sobre nosotros, y venid en nuestra ayuda; alcanzad del Señor socorro a los pobres, alivio a los enfermos, consuelo a los afligidos, protección a los desamparados, caridad a los ricos, conversión a los pecadores, celo a los sacerdotes, paz a la Iglesia, tranquilidad a las naciones, y a todos la salvación. Sí, experimenten todos los efectos de vuestra tierna compasión, y así, por vos socorridos en las miserias de esta vida, nos reunamos con vos en el cielo, donde no habrá ni tristeza, ni lágrimas, ni dolor, sino gozo, dicha, tranquilidad y beatitud eterna.

Amén.






Autor: Vianca González - Representante Medalla Milagrosa-Dk 7
Nominamos a: Rubén Denis - Coordinador de la PJ de San Alfonso-Dk 4 para el siguiente #SANTOSCHALLENGE











Imágenes extraídas de Aciprensa